Ella es… Pasión Vega

 

Una de las suyas…

De ella le leí una vez a Antonio Burgos algo así como que más bien pareciera una estudiante que el miércoles se examina de selectividad o una niña de COU que se ruborizara por sacar tan buenas notas. En contraste, el escritor andaluz –al que me honro en conocer desde una tarde grisácea cuando nos presentaron a la vera del Guadalquivir, en la Sevilla inmortal que tan bien él detalla– ha comparado su voz con la de las grandes, tan grandes, algunas de las cuales ya se nos fueron: Concha Piquer, Rocío Jurado, Rocío Dúrcal… A todas y cada una de ellas las homenajea ella en sus conciertos, evocando sus coplas con delirio respetuoso. Otra de esas grandes, por fortuna, aún esta con nosotros: es María Dolores Pradera, de la que escuché su voz en directo, hace ya una década,  en un teatro norteño, y se me quedó grabada, imborrable por siempre.

También dijo de ella Burgos que, como dejó sentenciado la Piquer, canta con la cabeza y que lo hace con eso y con el corazón, a pesar de que algunos sostengan que es en el cerebro donde se paren los sentimientos y no en tamaño músculo ventricular.

Ella es malagueña y tiene porte parecido para cantar como el de un granadino garboso, que quizá pasó a mejor vida, y que nos embelesó en su día: Carlos Cano, ese poeta al que oí desmenuzar sus letras andaluzas y habaneras una noche de invierno, en el teatro Bretón logroñés, a tiro de piedra de la afamada calle Laurel, la de la senda de los elefantes.

Anoche la escuché cantar a ella en mi tierra. Y no decepciona. Su elegancia está dentro y fuera del escenario. Pocas se mueven con tanto estilo y delicadeza sensual por las tablas, hasta para retirar un pie de micrófono. Quizá porque la belleza, como escribiera Ibsen, suele ser siempre un acuerdo entre el contenido y la forma.

El libro que ayuda a triunfar

 

Cuando el régimen anterior coleaba, sus rectores culturales pusieron en marcha una ambiciosa campaña, que se expandió con anuncios televisivos, bajo el lema de que Un libro ayuda a triunfar. Pasadas tres décadas de aquello, lo sorprendente es que a estas alturas todavía haya quien dude sobre la avidez lectora de la generalidad de los españoles. Dicen en el Ministerio de Cultura, que algo sabrán del tema, que el 22% de los universitarios no lee nunca; desde la Fundación BBVA se estima que el 13% no leyó ningún libro durante el último año y que el 18% leería de uno a dos ejemplares; en tanto el Barómetro de Hábitos de Lectura, elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España, apunta que es el sector joven –el comprendido entre los 10 y los 13 años– el que más libros consume.

Y todo esto en un país en el que las editoriales mueven cantidades ingentes de euros, y donde se edita mucho pero, mire usted por dónde, apenas se lee lo que se publica. Para los que somos habituales de las bibliotecas no nos sorprende que sea el área audiovisual la que más demanda tiene frente a las estanterías donde se apilan los libros que siempre constituyeron fuente inagotable de sabiduría.

Hay quien pide instalaciones mejor dotadas y con horarios más flexibles. La modélica biblioteca municipal de mi ciudad –donde según el último estudio de los antes citados “la situación es mejorable”– se predica con el ejemplo y ya abre sus puertas los sábados –mañana y tarde– y los domingos por la mañana. Pero, me pregunto yo, ¿servirá todo ello para despertar y alentar el gusto por la lectura entre los ciudadanos? Señala un experto como causas de la abstinencia lectora la débil alfabetización y los fallos educativos. Hay que mejorar los fondos de las bibliotecas y los horarios, dice. Si la infraestructura funciona, la motivación surge, concluye. Es posible que así sea. Lo esperanzador de todo es que el perfil del lector en nuestro país tiene sexo femenino, un valor en alza, sin duda, y que además cuenta cada vez con mayor número de efectivos. 

Dinamitero conceptual

 

 

 Michael Bublé. Home

 

“Ahora, el poder lo asume todo, lo paga y lo archiva para la tranquilidad general. Es más difícil escapar del dinero que de la policía. Hay profesionales de la protesta que medran y progresan. Antes, si escribías en una pancarta ‘Franco es feo’ ibas a comisaría. Hoy si escribes ‘El alcalde es feo’ el Ayuntamiento te compra el cartel”.

Quien así se expresa es Isidoro Valcárcel Medina, artista sui géneris, conceptual, toda una arriesgada apuesta de performance, al que hace unos días concedieron el Premio Nacional de las Artes Plásticas. Tiene 70 años y vive en Madrid. Su pose y su porte ante el fotógrafo, en su apartamento capitalino, guardan cierto aire valleinclanesco. Cuando una vez le dijeron que presupuestara una exposición suya, remitió un guarismo que impactó sobremanera al que se lo propuso –seis euros, vale– y se la rechazaron por barata. Es por ello por lo que Valcárcel Medina reivindica, desde su óptica de no haber vendido nunca nada, un precio digno y no de artista. El arte se puede aprender, pero no enseñar, apostilla este murciano de dinamita.

Un mañana larraniano

 

Si la pluma tan costumbrista y satírica de Mariano José de Larra hubiera conocido el suplicio de tener que hablar telefónicamente en nuestros días con una máquina para que, varios minutos después, el bicho te desvíe a una voz humana, es probable que su Vuelva usted mañana tuviera referencia amplia en ese sentido.

Hay negocios para los que acceder a ellos es tan sumamente fácil que hasta un bebé sería capaz de darse de alta en cuestión de nada. Sin embargo, cuando llega la hora de que te resuelvan un problema y ya no digo de darte de baja, la cosa se trastoca en odisea.

Dos botones de muestra. Un muy allegado mío ha intentado que le solucione la compañía Ono un problema que tiene con Internet en su casa. Tras tres llamadas –desde una terminal le decían que debía repetir la llamada a otra– lo han potreado, chuleado y cabreado, por lo que ha optado por darse de baja no sólo en la red, sino también en la línea telefónica convencional. Así se hacen amigos, señores míos de Ono.

Si ésa es la cruz, la cara puede serlo una llamada telefónica que realicé a comienzos de la semana pasada para efectuar un pedido, nada menos que a Bilbao, y recibirlo en Murcia. La amable señora que me atendió, tras recopilar muy solícita cuantos datos precisaba, me dijo que en una semana lo tendría y, qué va, en tan sólo dos días el paquete ya estaba en mi domicilio. Y es que, quizá, como dice el refrán, no es lo mismo predicar que dar trigo. A la hora de vender, todo son facilidades. Pero cómo se te ocurra reclamar por defectuoso lo que compraste algún día, date por …

Y es que a lo mejor Larra, de haber padecido en sus carnes semejante choteo, no hubiera titulado su afamado artículo tal y como lo hizo. Monsieur Sans-délai, ese ilusorio extranjero que se llegó hasta aquí y lo hizo creyendo que todo funcionaba como en su país. “Da gracias a que llegó por fin este mañana, que no es del todo malo; pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!”, que escribió en El Pobrecito Hablador. Era enero de 1833. Y mucho ha llovido. Pero es probable que, de sentirse tan impotente como le ocurre a alguno de mis contemporáneos, el encabezado del artículo significase algo así como Vaya usted a freír espárragos, señor mío o en tono similar.

Maldito parné

 

Formar, informar, entretener. Ésa era la base sobre la que se asentaban los principios de la televisión que en su día nos enseñaron. Y llegó la denominada telebasura y lo arrasó todo. Creímos que la cosa se pararía ahí, que tocaba fondo, cuando no reparamos en ese subproducto que se da en llamar realitys shows, mezcla explosiva de realidad y ficción, muchas veces aderezada con una forma de hacer periodismo que nace más de bajo vientre que de la cabeza de cualquier guionista que se precie.

Estos programas, que tienen su público, y que son contemplados por gente que, posiblemente, no tenga nada mejor que hacer en sus abúlicas tardes/noches, han colocado en el disparadero de la opinión lo que es o lo que no debe ser lícito.

Hace unos años los directivos de varias cadenas suscribieron un código de buena conducta que hoy, como señala algún diario, no es más que papel mojado. Parece que todo vale a la caza y captura del share. Y no debiera de ser así. Esa alocada carrera ha captado incluso a algunos de los que antes considerábamos destacados y admirados profesionales del medio y que hoy, cuando interrogan a cualquier gran hermano que se tercie, más parece por su interesada entrega que estuvieran escrutando un difuso tratado sobre, pongamos por caso, el sexo de los ángeles o la conjetura de Poincaré.