¿Por qué somos del Athletic?

 

Hace unas cuantas temporadas, los hermanos del Atlético de Madrid exhibieron de forma audiovisual una sugerente campaña promocional de su equipo en la que un niño preguntaba a su padre: “Papá, y nosotros ¿por qué somos del Atleti?”. Parafraseando esa interrogante que los colchoneros llevan a gala y con mucha honra, mi hijo podría haberme preguntado eso mismo en alguna ocasión. Pero no lo ha hecho. Sí lo hacen, habitualmente, gentes a las que confieso mi devoción, a su vez heredada de mi padre, por el Athletic de  Bilbao. Y tú, siendo de Murcia, ¿cómo es que eres de los leones?, suelen preguntarme. Alguien dijo una vez que en la vida se cambia de esposa, de amigos, de trabajo, de ciudad… pero nunca de equipo de fútbol. Claro que en eso, como en casi todo, habrá sus excepciones, pero yo más bien las catalogo en gentes poco hechas al mundillo del balompié y, es más, con el virus de ese deporte muy poco inoculado en sus venas.

Esta mañana, un compañero de trabajo me recordaba la escena de la película 800 balas, una saludable comedia de Álex de la Iglesia, que se puede ver en el vídeo de arriba. Me resultó desternillante cuando la vi en su día. Y hoy, al recordarla, he vuelto a constatar que, cuando el Athletic busca reverdecer sus viejas tradiciones (como sería el caso de llegar a jugar una final de Copa), uno no sabe qué tendrá ese club para engancharnos a tantos, fuera incluso del País Vasco y aun a pesar de las inclemencias socio-políticas, tan devotamente a su estela.

Ponga un Porsche en su vida

 Porsche 911 GT3

En tiempos de casi nula bonanza económica precisamente, sorprende leer noticias como ésta: el fabricante alemán de automóviles Porsche ha añadido una nueva versión a la segunda generación de su modelo 911, denominada GT3, que aumenta la potencia, la velocidad y la eficacia. Muy bien. La compañía, que anuncia que iniciará en mayo la comercialización de este vehículo en el mercado europeo, ha avanzado que será presentado a nivel internacional durante el  próximo Salón del Automóvil de Ginebra. No es de extrañar que para su desarrollo, cuentan los expertos, se hayan utilizado los conocimientos adquiridos en competición. Este modelo monta un motor atmosférico de seis cilindros que tiene una potencia de 435 caballos, 20 caballos más que su antecesor. Se asegura que este nuevo 911 GT3 acelera de cero a cien kilómetros por hora en 4,1 segundos y alcanza una velocidad máxima de 312 kilómetros a la hora.

Todo está muy bien, como digo. Máxime si tenemos en cuenta las muy necesarias e insistentes campañas de las autoridades de Tráfico para mentalizarnos de que, en carretera, hay que ajustarse a la velocidad que nos marcan las señales. Entonces, me pregunto, ¿para qué se fabrican estos modelos más acordes con los circuitos de Fórmula 1 que con las autopistas, autovías y carreteras convencionales? Es la duda que me asalta al leer la noticia,  tanto a mí, me imagino, como a muchos otros ciudadanos. ¿Acaso fabrican estos coches como los modistos diseñan esos modelos que vemos en una pasarela pero nunca por la calle? Me temo que no es lo mismo. Ah, por cierto, lo de menos es el precio final de este vehículo en el mercado español; no se preocupen, la cosa está al alcance de cualquier economía: el nuevo Porsche 911 GT3 costará 129.660 euros de nada. Pura calderilla, vamos.

Un pozo sin fondo

valkiria

 

Muchas veces me he cuestionado qué habría sido de la industria cinematográfica si no hubiera existido el Tercer Reich. O los indios americanos. O el Imperio Romano. Son sólo tres ejemplos de otros tantos hechos históricos que el cine ha explotado hasta la extenuación. Si alguien se hubiera preocupado de contabilizar las películas que en torno a la borrachera nacional socialista se han producido hasta hoy, seguro que todos nos llevaríamos las manos a la cabeza. La última –o la penúltima–, que vaya usted a saber, vino a presentarla ayer a Madrid ese eterno jovencito en que parece haberse convertido Tom Cruise (por cierto, quien guarda un sorprendente parecido con el alma de la frustrada Operación Valkiria).

Valkiria es una versión más del famoso complot que un grupo de oficiales nazis ideó para asesinar a Adolf Hitler en julio de 1944, en su Cuartel General de Prusia Oriental, el denominado Wolfsschanze, la Guarida del Lobo, haciendo explotar un maletín con un kilo de explosivo ingles. Tras ello, un gobierno provisional firmaría un armisticio con los aliados y se daría por concluida la Segunda Guerra Mundial. Aquel golpe, capitaneado por el coronel Van Stauffenber, quería decapitar el régimen y acabar no sólo con el Führer, sino también con sus temidos lugartenientes Himmler y Goering.

En un interesante libro sobre este hecho histórico, Jesús Hernández, probado experto en la Segunda Gran Guerra, sostiene que aquel magnicidio fracasó por cuatro razones fundamentales: por la mala suerte, cuando el coronel Brandt golpeó el maletín con el explosivo y evitó que Hitler fuese golpeado de lleno; por la buena suerte, por la que Hitler se creció pensando que la providencia estaba de su parte; porque muchos de los implicados jugaban con dos barajas y porque algunos conjurados condicionaron su participación a la muerte del Führer.

Ni que decir tiene que los impulsores de aquel fracasado intento fueron pasto de sus presuntas víctimas. Unos acabaron fusilados y otros fueron conminados a suicidarse. Un capítulo más de aquella barbarie que tanto rédito ha dado a la gran pantalla.

Diario de un prodigio (XLVII)

conservador

No se tú / Armando Manzanero – Pancho Céspedes

Buscaba algo en el maletín cuando reparé en ello. De repente, me di cuenta de que llevaba en su interior como media docena de medicinas que, sucesivamente, había ido agregando a su contenido. Supuse que ése era uno de los síntomas de que había llegado a la madurez abandonando definitivamente el divino tesoro de la juventud, que dijera el poeta.

Los hogares, como tantas otras cosas, se distinguen por sus olores. Siempre me ocurrió así y aún mantengo en mi sentido olfativo a qué olían las casas de mis amigos a lo largo de mi niñez. Una vez le leí a alguien que las viviendas de las personas mayores huelen generalmente a medicinas. Y me resultó curiosa esa generalización.

Los doctores Richard Axel y Linda Buck recibieron el Nobel por descubrir que una familia de genes controla la producción de proteínas receptoras especializadas. Son las que nos permiten reconocer hasta diez mil olores diferentes, así como recordarlos en el resto de nuestra vida.

Mi abuelo fue el primer ser con el que conviví viéndole consumir a diario una dosis de medicamentos. Mi padre lo miraba de soslayo, con cierto grado de estupefacción. Él se toma ahora docena y media de pastillas cada día. Las necesita para que el mecanismo siga funcionado. Teme a la vejez pues nunca viene sola, que rige la máxima platónica.  

Blancos, negros y grises

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La última ha sido una desafortunada frase del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, sobre las violaciones, las mujeres italianas y el número de efectivos de seguridad para combatir el delito. En general, determinada opinión pública suele lanzarse en plancha –si bien es cierto que hay quien se lo pone bastante fácil– hacia cuantas acciones protagonicen altos dignatarios del espectro conservador. Obsérvese, por contraste, el recibimiento entusiástico que ha tenido el esperanzador efecto Obama.

Pareciera que en los Estados Unidos, desde Richard Nixon, todos los presidentes republicanos han sido vapuleados por cierta progresía hasta situarlos poco menos que en la idiocia. A tal efecto, el susodicho Nixon resultaba ser un patán que acabó enredado con el Watergate; Gerald Ford, un hombre pusilánime que le perdonó tras sucederle por ese grave incidente; Ronald Reagan, un facha y mal actor metido a político; George Bush padre, un hijo de Reagan, y George W. Bush, el peor presidente de la historia de ese país. Eso, resumiendo un poco.

No mejor suerte corrieron sus homólogos en Francia, antes Jacques Chirac y ahora Nicolas Sarkozy. O en Gran Bretaña Margaret Thatcher o John Major. O en Italia, el singular personaje que resulta Berlusconi. O en Alemania… bueno aquí habría que abrir un paréntesis con Angela Merkel. Es curioso cómo en este caso esa misma opinión pública –o publicada, como solía decir Felipe González– levanta un tanto el pie del acelerador y echa mano del freno para amortiguar la crítica. ¿Acaso por tratarse de una mujer? No, lo dudo. Recuérdese que con el mismo rasero que a Reagan, por ejemplo, se midió en su día a la Thatcher, a la que se llegó a denominar como la dama de hierro.

Muchos de los que dividen el mapa en buenos y malos, quienes dibujan el panorama en tonos blancos o negros sin detenerse en que también pueda darse en ocasiones algún tono grisáceo, suelen ser los mismos que en su momento miraron con cierta condescendencia a la Cuba de Fidel Castro, a la extinta URSS o a la pléyade de sus países satélites, donde existieron personajes de tal calado como el rumano Ceaucescu, el alemán Honnecker, el húngaro Kádár o el búlgaro Zhivkov.