Hace unas cuantas temporadas, los hermanos del Atlético de Madrid exhibieron de forma audiovisual una sugerente campaña promocional de su equipo en la que un niño preguntaba a su padre: “Papá, y nosotros ¿por qué somos del Atleti?”. Parafraseando esa interrogante que los colchoneros llevan a gala y con mucha honra, mi hijo podría haberme preguntado eso mismo en alguna ocasión. Pero no lo ha hecho. Sí lo hacen, habitualmente, gentes a las que confieso mi devoción, a su vez heredada de mi padre, por el Athletic de Bilbao. Y tú, siendo de Murcia, ¿cómo es que eres de los leones?, suelen preguntarme. Alguien dijo una vez que en la vida se cambia de esposa, de amigos, de trabajo, de ciudad… pero nunca de equipo de fútbol. Claro que en eso, como en casi todo, habrá sus excepciones, pero yo más bien las catalogo en gentes poco hechas al mundillo del balompié y, es más, con el virus de ese deporte muy poco inoculado en sus venas.
Esta mañana, un compañero de trabajo me recordaba la escena de la película 800 balas, una saludable comedia de Álex de la Iglesia, que se puede ver en el vídeo de arriba. Me resultó desternillante cuando la vi en su día. Y hoy, al recordarla, he vuelto a constatar que, cuando el Athletic busca reverdecer sus viejas tradiciones (como sería el caso de llegar a jugar una final de Copa), uno no sabe qué tendrá ese club para engancharnos a tantos, fuera incluso del País Vasco y aun a pesar de las inclemencias socio-políticas, tan devotamente a su estela.