Discursos, banderas y caballitos de mar

En la Región de Murcia, en Nochebuena, casi 85 de cada cien personas que sintonizaron la televisión a las 9 de la noche lo hicieron para seguir el discurso del rey Felipe VI a la nación, emisión que ofrecían los distintos canales generalistas. Es una cifra récord en cuanto a audiencia de una intervención real, aunque con menos seguimiento que otros años en el cómputo global del país. La mayor parte de esos espectadores en la Región siguieron las palabras del monarca por La 1 de TVE (42%) y, a gran distancia, a través de Antena 3 (19%) y todas las demás.

El dato no es extraño en una comunidad autónoma donde, en la calle, parece preocupar más el problema independentista catalán que, por ejemplo, el del Mar Menor. Y donde hay responsables de instituciones que compiten por ver quién coloca la bandera nacional más grande en el mástil más elevado y enhiesto de la plaza. O cuando, a falta de himno regional propio, es la Marcha Real la que se interpreta en los actos oficiales y protocolarios, con el público puesto en pie, como no podía ser de otra manera. Así somos realmente los habitantes de esta tierra: patriotas a más no poder. A eso, desde luego, no nos gana nadie.

Conviene no obviar que, en la Región de Murcia, fue Vox la fuerza más votada en las últimas elecciones generales, caso único a nivel estatal, un partido ‘tremendamente’ respetuoso en esencia con la corona, a la que considera garante último de la unidad nacional y que estiman se ve amenazada por los «Sánchez, los comunistas y cuantos quieren romper España».

Los expertos en sociología tendrán que explicar algún día cómo una comunidad, que votaba mayoritariamente socialista en la década de los ochenta, desvió a partir de los noventa y de forma radical sus intenciones electorales, otorgando a la derecha, y hasta hace más bien poco, sucesivas y espectaculares mayorías absolutas. Muchos lo achacan aún a la guerra del agua y al rédito que el PP obtuvo de ella en todos esos años, presentándose por sistema ante el electorado murciano como los únicos defensores de las que consideraban víctimas frente a los socialistas, esos que querían «secar» la Región abortando el trasvase del Ebro o cortando el suministro del Tajo al Segura. No es de extrañar que, comparativamente, con el lema ‘Agua para todos’ se recaudaran más votos entre 1995 y 2015 para el PP murciano que con el PER en Andalucía por el PSOE de los Chaves, Griñán y compañía.

Ni siquiera las legislaturas con gobiernos y holgadas mayorías populares en Madrid y Murcia atenuaron ese frenesí por votar al PP, sin acaso plantearse que los moradores de La Moncloa y San Esteban a lo mejor pertenecían al mismo partido y que, es un suponer, algo podrían solventar en cuestiones hídricas. La llegada en 2004 del inefable Zapatero, auténtica bestia negra para la derecha murciana, reactivó ese victimismo, si bien es cierto que contribuyendo él mismo a ello desde el minuto uno, tras bloquear el Plan Hidrológico Nacional y el consiguiente trasvase desde el Ebro; es decir, intentando apagar un fuego arrojándole unos cuantos bidones de gasolina.

Ahora parece que vuelve el agua a primer plano, con un último ‘trasvase cero’ para regadío, ordenado desde el ministerio para la Transición Ecológica, y las veladas amenazas que llegan desde el ejecutivo socialista castellano-manchego de que en esta legislatura se podría cerrar definitivamente el grifo del Tajo. Es, pues, la misma ‘táctica’ que la que resultara tan errónea como funesta para los socialistas murcianos, utilizada en el pasado. Solo que ahora el PSRM-PSOE había sido el partido más votado en las últimas autonómicas y, con semejantes planteamientos, sus expectativas de resurgimiento se verán frenadas en seco por, quién lo diría, sus propios correligionarios en Madrid y Toledo. 

¿Y quién saldrá beneficiado de todo esto? Hoy ya no diríamos que solo el PP, como antaño, cuando el patrón Valcárcel estaba a los mandos del fueraborda, sino también Vox, ese partido que prestó sus votos en la investidura de López Miras, junto a los socios de Ciudadanos -con sus primarias aún bajo sospecha-, y que aprovechará cualquier descuido para protagonizar un ‘sorpasso’, que pueda ser definitivo, porque saben muy bien la tierra que pisan y conocen su paisanaje. Por tanto, a mí no me extrañó tanto el dato de la otra noche por estos lares sobre el seguimiento del discurso del rey. Es lo lógico en un territorio donde parece que suele contar más una bandera rojigualda, bien desplegada en una lustrosa balconada, que un caballito de mar, ‘galopando’ entre la turbidez del fondo marino, en esa laguna salada que se nos muere por momentos, desesperadamente y sin remisión.

[eldiario.esMurcia 29-12-2019]

La BBC como enemigo

La BBC suele ser el ejemplo recurrente para valorar una radiotelevisión pública en cualquier país. Ahora, la modélica financiación de la cadena británica corre peligro tras la aplastante victoria de los conservadores en las últimas legislativas. Recordemos que son los propios ciudadanos los que contribuyen anualmente a dotar de presupuesto a esa corporación. Lo hacen mediante un cánon obligatorio, de algo más de 185 euros, que garantiza la continuidad del servicio público. La táctica de los ‘torys’ para vengarse de este medio de comunicación, al que consideran enemigo de sus intereses, es despenalizar el delito de no abonar la mencionada tasa.

Boris Johnson, el incontestable ganador de esos comicios, se negó durante la campaña a ser entrevistado por uno de los periodistas de la cadena, especializado en someter a sus interlocutores a un tercer grado. Al tiempo, un responsable de edición ha denunciado “las terribles presiones” que han recibido en estos días por parte de los partidos y de sus acólitos.

En la BBC no es un obstáculo para su difusión que sea un periodista de la competencia el que ponga en un brete a un político. Un reportero de la cadena independiente ITV mostró a Boris Johnson la fotografía de un niño de cuatro años, afectado por neumonía, mientras dormía en el suelo en un hospital de Leeds por falta de camas. El líder ‘tory’ se negó a mirar la foto en el móvil que le mostró el periodista, lo cogió y se lo guardó en uno de sus bolsillos. Se quiso con ello poner de manifiesto la crítica situación por la que atraviesa la sanidad pública en el Reino Unido. Tras ello, la BBC emitió el vídeo en sus informativos sin ningún tipo de cortapisa o restricción.

Pero no son solo los conservadores los que muestran su inquina hacia la corporación pública. También los laboristas, los grandes derrotados de las últimas elecciones, culpan a la BBC de su aplastante fracaso. Hablan de que, desde hace tiempo, esta ha “demonizado y difamado” a su líder, Jeremy Corbyn. E incluso acusaban a uno de sus presentadores de entregarse a los brazos de los ‘torys’ al asegurar, en la noche electoral, que Boris Johnson estaba a punto de conseguir “la amplia mayoría que se merece”.

Que los unos y los otros critiquen de esa forma tan exacerbada a un medio público implica que algo deben de estar haciendo bien sus profesionales. La BBC viene siendo, desde su fundación, hace 97 años, ese altavoz al que aspiran a convertirse todas y cada una de las cadenas en todo el mundo, las cuales siempre intentan asemejarse a ella en sus principios, aunque pocas lo consiguen finalmente. Si conservadores y laboristas coinciden en quién es el enemigo a batir, es que el periodismo ha salido ganando en el Reino Unido.

[eldiario.esMurcia 19-12-2019]

Más de lo mismo

Ni moción de censura que prospere ni elecciones autonómicas anticipadas. Ese es mi pronóstico. La legislatura en la Región seguirá su curso porque así figura en el guion: gobierno de coalición PP-Ciudadanos, con acuerdos parlamentarios con Vox. Los próximos presupuestos saldrán adelante, ahora o entrado el año, con los votos de estas tres formaciones. Tiempo al tiempo. Cs repasará como ha pedido el proyecto remitido por los populares, que son los que ostentan el departamento de Hacienda y que es el que los cocina, y con algunas matizaciones le darán el ‘nihil obstat’. Y Vox, de ese decálogo inamovible que han anunciado con cajas destempladas, se descabalgará, como Pablo de Tarso en su conversión camino de Damasco, para evitar el bloqueo al gobierno y ante el peligro de allanar el paso a ‘los rojos sociatas’, esos compinches de los que quieren romper España.

Todo hace indicar que la moción de censura, con la que amagó el PSOE hace meses, no contará con el respaldo de Cs, sencillamente porque la llegada de Inés Arrimadas a la dirección, en el cónclave de marzo próximo, no va a implicar una revolución en los naranjas respecto a las bases estratégicas que ha dejado en herencia Albert Rivera. Basta con escuchar el discurso parigual de la futura lideresa en estos días previos a una hipotética investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Menos aún cuando en el horizonte pudiera planear la sombra de un anticipo electoral por parte de Fernando López Miras, circunstancia que los cogería con el pie cambiado y los convertiría en un partido residual con  apenas uno o dos diputados en la cámara legislativa. Hay mucho en juego, entre otras cosas la propia presidencia de la Asamblea Regional y las cuatro consejerías del Ejecutivo, con la pléyade de asesores y personal de confianza que ello conlleva.

En el espectro de Vox, dirigido ahora por una gestora cuyos pasos supervisará en todo momento alguien que no forma parte de ella, todo apunta a que tampoco interesa ir ya a elecciones, aunque esto suponga redoblar su representación parlamentaria y convertirse en el nuevo socio preferente del PP a la hora de constituir un nuevo gobierno. Vox, que ahora presume de estar en la oposición en esta comunidad autónoma, tras prestar su apoyo a la investidura de López Miras, lo que desembocó en la coalición PP-Cs, prefiere engrasar su maquinaria para, tras ser primera fuerza en las últimas generales en la Región, llegar a las autonómicas de 2023 con una sincronizada puesta a punto de su infantería y artillería pesada.

Así las cosas, todo apunta a que hay gobierno para rato, al tiempo que también habrá oposición. Porque se escuchan, cada vez con más insistencia, voces críticas sobre el papel que esta última viene desempeñando, aun a pesar de contar con un nutrido grupo parlamentario de 17 escaños en la Asamblea. Es esta una percepción no solo de ciertos observadores periodísticos sino también, incluso, de destacados militantes socialistas apartados hoy de la primera línea de decisión. La queja estriba en que no se ha sabido explotar, y menos administrar, la victoria de las pasadas autonómicas tras dos décadas y media de derrotas sucesivas frente al PP, algunas especialmente humillantes.

Y, entre tanto, los populares, por su parte, conscientes de que todo va a seguir su marcha y con la caña puesta; quizá por eso gobiernan como en sus mejores tiempos, acompasados por unos socios que, hay que verlos, en los canutazos que a los medios informativos ofrece a diario ‘su’ presidente López Miras, cabecean tras él con más ahínco y convicción que si aún conservaran en los bolsillos su antiguo carnet de militantes populares. Vivir para creer.

[eldiario.esMurcia 11-12-2019]

Los que menos sirven

Nunca he sabido muy bien a qué responde ese término que dicen acuñó Henry Kissinger y que se describe como la erótica del poder. Intuyo que aquel muñidor secretario de Estado norteamericano, todavía vivo, 96 años lo contemplan, quiso referirse con ello a lo afrodisíaco que puede resultar eso de mandar para quien lo ejerce y para el que está próximo a quien tiene esa capacidad de decisión. Eran otros tiempos, ciertamente, en los que una electrizante Marilyn Monroe le cantaba el cumpleaños feliz al todopoderoso John F. Kennedy, tanto en público como en privado. Todos conocemos casos no solo de políticos, también de banqueros, empresarios, artistas, literatos e incluso científicos, que se han unido en un periodo de su existencia a una persona ‘de buen ver’. Suelen ser hombres, sobre todo y generalmente, quienes deben de creerse tan atractivos para revelarse como irresistibles ante las mujeres, por lo que estas, supuestamente, no tienen más remedio que caer rendidas a sus ‘encantos’. Lo sorprendente del caso es que esto ocurra con individuos a los que se les presupone una inteligencia superior a la del común de los mortales. Es lógico, por tanto, que muchas de estas peripecias sentimentales concluyan de la peor manera posible, es decir, en naufragio.

Hay quien asegura que el poder suele idiotizar a la gente. Supongo que habrá excepciones, por supuesto. Desde tiempo inmemorial, el ser humano quiere ser alguien importante. Es algo que suele ir intrínseco a su propia condición. Basta con asignarle a cualquiera una mínima responsabilidad, que le otorgue mando en plaza, para que se convierta en capitán general de lo suyo. Valga como ejemplo el portero de un local, un aparcacoches o cualquier funcionario en cualquier ventanilla de un centro oficial.

Dicen los expertos en psicología que lo más peligroso es un inseguro con poder en su manos. El dramaturgo Albert Boadella habló en cierta ocasión, con evidente retranca, de una nueva especie: la del tonto ilustrado. Hay gente con raciocinio que llega a ejercerlo buscando el bien común para la colectividad, pero también quien anhela ir a lo suyo, aguantar y mantenerse, cueste lo que cueste. Decía Gonzalo Torrente Ballester que el poder más peligroso es el del que manda pero no gobierna. Se debió de referir el autor de ‘Los gozos y las sombras’ a aquellos llamados poderes fácticos, esos que todos intuimos siempre emboscados entre bambalinas, controlando al gobernante de turno para que, a ser posible, cambie todo para que nada cambie, en consabida máxima lampedusiana.

Que el poder es una sustancia altamente adictiva lo saben hasta los niños. Sin embargo, nadie nace líder, como tampoco se nace siendo escultor, taxidermista o registrador de la propiedad. La vida es un proceso continuo de aprendizaje. Y en ese adquirir conocimientos hay quien se empapa mejor de las enseñanzas y quien, por contraste, funciona improvisando día tras día, apelando a su suerte que, como se sabe, viene a ser el último refugio de la pereza y la incompetencia.

Lo sorprendente en estos tiempos que corren suele ser lo temerarias que pueden llegar a resultarnos algunas personas a lo hora de aspirar e instalarse en cargos públicos. Da la sensación de que cualquiera vale para ostentar -o más bien detentar en según qué casos- cualquier puesto. No es de extrañar que luego lleguen las hecatombes y los cataclismos, que ellos mismos no consiguen atisbar y menos explicarse, aunque muchos se lo estuvieran advirtiendo con más que suficiente antelación. Si hay algo que resulta axiomático para encasillar a algunos de estos políticos contemporáneos es compararlos con los libros que se colocan ordenados en los estantes de una biblioteca: resulta que, en general, los que suelen estar ubicados en los lugares más altos de la misma, son los que menos sirven. Aunque en política, como en la vida misma, existan honrosas y señaladas excepciones. ¿Cierto o no?

[‘La Verdad’ de Murcia. 10-12-2019]

Ciudadanos, a la búlgara

Ciudadanos eligió este sábado su comisión gestora que les conducirá a la asamblea general del 15 de marzo, de la que saldrá proclamada su nueva dirección tras la debacle del 10-N, cuando perdieron 2,5 millones de votos y, de ellos, casi cien mil en la comunidad murciana. La reunión de su Consejo, celebrada en un hotel madrileño, evidencia el complicado momento que vive la formación naranja, descabezada de su hasta ahora líder, Albert Rivera.

Todo hace indicar que Cs ha comenzado la casa por el tejado. El presidente del Consejo, Manuel García Bofill, leyó al comienzo de la reunión una lista de 16 personas (Villegas, Hervías… riveristas sin Rivera), que las delegaciones territoriales desconocían previamente, y se procedió a votarla sin debate previo. La elección de esa gestora, a mano alzada por los casi centenar y medio de asistentes, supuso un termómetro para medir la temperatura del partido liberal. Casi el 91,5% votó a favor, mientras tan solo cinco miembros del Consejo lo hicieron en contra y seis se abstuvieron. El resultado se aproxima bastante a lo que se denomina elección a la búlgara, esa expresión que se originó a partir de los congresos del Partido Comunista de Bulgaria, en los años 60 y 70, durante los cuales salía elegido, una y otra vez, como secretario general por aplastante mayoría y sin contestación el pro-soviético Todor Zhikov.

Una de las voces más críticas, aunque no está entre los cinco que se opusieron, fue la del vicepresidente de Castilla y León, Francisco Igea, quien según consta en una grabación filtrada del cónclave naranja, aseguró sentirse defraudado y abochornado por cómo se había procedido a la elección de la mencionada gestora, votando primero y debatiendo después: «Hemos defraudado a los españoles y, lo que es peor, 20 días después de las elecciones no hemos hecho un análisis de lo que ha pasado», aseveró. No obstante, la de Igea sigue siendo una de las opiniones más respetadas en el seno de Cs. Conviene resaltar que en la gestora no hay representantes de ninguna de las tres comunidades -excepción hecha de Madrid- donde gobierna Cs con el PP. Es decir, de Andalucía, de Castilla y León y de Murcia. Otra voz crítica, que en este caso sí votó en contra de la lista elegida, fue la del dirigente asturiano Ignacio Prendes, ex-UPyD.

La inclusión en el citado órgano de transición del vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado, y de la vicealcaldesa, Begoña Villacís, dice bastante de por dónde pueden ir las cosas. Cs ha sido, hasta la fecha, un partido centralista cuyas ‘sucursales’ o ‘franquicias’ nunca han dado un paso sin contar con el beneplácito de la dirección nacional. Recuérdese el episodio de los pactos de gobierno en la Región de Murcia donde su estrategia y desenlace vinieron amasados y cocinados desde su sede central, siendo sus responsables regionales meros figurantes en la trama, por mucho que se reivindiquen como arduos negociadores.

Volviendo al Consejo del sábado, no consta que los representantes murcianos mostraran queja alguna por quedar fuera de la gestora, como sí hicieron Igea o el vicepresidente andaluz, Juan Marín, este último con mayor dosis de tibieza. Por su parte, la dirigente murciana Isabel Franco se limitó a tuitear a posteriori que «las mejores noticias» eran que fuera la canaria Melisa Rodríguez «nuestra voz durante esta transición» y que esto «es una muestra de autenticidad». Y añadía que «ella (Rodríguez) y el resto de integrantes de la gestora forman el mejor equipo posible para dirigirnos durante los próximos meses». Fin de la cita.

Tradicionalmente, Murcia, en general, ha pesado poco en los órganos directivos estatales de los partidos. Como se solía decir con sorna en el pasado, «pinta menos que un concejal de Cuenca en Madrid». Ni siquiera en el PP, por mucho que su secretario general sea de Cieza y presuma a menudo de ello. Y ya no digamos en el PSOE o en Podemos. Los murcianos seguimos formando parte de ese furgón de cola, empotrados en una esquina inferior de la península ibérica, tal y como reflejaba, tan oportuno como siempre, este domingo en su viñeta el dibujante José Manuel Puebla, cuando dos interlocutores se cuestionaban cuántos centros de salud o institutos de enseñanza tendríamos en la Región si, como asegura una encuesta reciente y quizá influenciada por ‘el efecto látigo’ de Vox, el sentir mayoritario de los murcianos pasa por devolver al Gobierno central las competencias en sanidad y educación. Vamos, que iríamos listos si tuviéramos que vivir pendientes de las migajas que nos siguieran lanzando, unos y otros, desde sus despachos en la capital del reino.

[eldiario.esMurcia 1-12-2019]