La becaria que quería comerse el mundo

Recuerdo que Mavi Doñate llegó a Radio Nacional de España en Zaragoza un verano de la década de los 90 para hacer sus prácticas como alumna de Periodismo en la Universidad de Navarra. La recuerdo perfectamente porque yo, por aquel entonces, era jefe de informativos y programas de la radio pública en Aragón. Por esas fechas, a los alumnos en prácticas se les permitía hacer información para aprender, algo que, aunque parezca un contrasentido, no siempre ha sido así. Conocí otros casos en los que se les pusieron mil cortapisas para ejercitarse por parte de los habitualmente esforzados sindicalistas. Ciertamente, el grupo que llegó a la emisora de la calle Albareda ese mes de julio apuntaba maneras. Y sobre todo, Mavi. 

No sé si ella se acordará, pero una noche en la que estos veinteañeros decidieron sacar al jefe a tomar algo por la noche zaragozana, le confesé que intuía que llegaría lejos. Supongo que entonces lo interpretó simple y llanamente como un agasajo a sus oídos, debido a lo bien que había trabajado durante esas semanas atrás. Mavi, a pesar de su juventud, era ya una periodista con iniciativa y empuje. Tiempo después se marchó a Madrid y entró en el equipo que puso en marcha el canal 24 horas de TVE. De ahí saltó a los Telediarios, pasando por casi todas sus secciones, hasta ser nombrada subdirectora del área de Sociedad. 

Cubrió cumbres europeas, la elección del papa Francisco y varios terremotos, como los de Perú, Nepal o Lorca. Precisamente en 2011, cuando aconteció este último seísmo, vino a la Región de Murcia para reforzar el dispositivo de TVE. En esa fecha yo dirigía el Centro Territorial. Conformamos un equipo compacto entre los compañeros que se desplazaron desde la Redacción central de Torrespaña y los que estábamos aquí. Con Ana Patricia Martínez, periodista lorquina cuya familia se vio seriamente afectada por las consecuencias de los temblores pero que siguió informando al pie del cañón, hizo piña. Como también la hicieron Rosa Correa o Nuria Mejías. Y muchos más de cuantos trabajaron denodadamente en esas trágicas e interminables jornadas. Hubo una secuencia que, aún hoy, me impresiona volver a verla. Es aquella en la que Mavi estaba grabando, junto al cámara de TVE Murcia, Antonio García Torres, una entradilla frente a un edificio en estado ruinoso. De repente, la mole se vino abajo, por lo que ambos tuvieron que salir por piernas del lugar en medio de una intensa polvareda.

Mavi Doñate ostenta desde hace años la corresponsalía de RTVE en Asia y Pacífico, con sede en Pekín. Allí le sorprendió la irrupción, en la ciudad de Wuhan, de la pandemia del coronavirus. Ha cubierto desde entonces de forma brillante cuanto acontece en un país donde la libertad de expresión suele brillar por su ausencia, exponiéndose no solo a los recortes informativos y las numerosas trabas de las autoridades chinas sino, y esto es aún peor, al riesgo sanitario del contagio por verse envuelta en una epidemia de proporciones insospechadas. En su cuenta de Twitter escribió a mediados de junio pasado: “Hoy me reconozco agotada, harta, cansada y enfadada de que no nos dejen grabar nada de nada. Allá donde vamos para sacar imágenes acabamos rodeados de 10 policías. Enseñas 20 veces la documentación, te hacen borrar todo… No sabéis lo que cuesta sacar una historia propia».

A Mavi le acaban de conceder un premio Ondas. Se trata de un merecido reconocimiento para alguien que ha sabido siempre guardar un minuto de silencio, como reclamaba García Márquez, para reflexionar sobre la enorme responsabilidad que tenemos los periodistas a la hora de informar. Su ejecutoria ha sido en todos estos años tan brillante como carente de vedetismo. Es, pasado el tiempo, la consecuencia lógica de aquella becaria que un día conocimos y que quería comerse el mundo. Que sea enhorabuena.

[eldiario.esMurcia 31-10-2020]

Escribir en redes

Por supuesto que uno no escribe como Josep Pla, ni como Paco Umbral, ni como César González-Ruano. Ya quisiera y me gustaría, aunque fuera en una cuarta parte. Pero procuro hacerlo, con arreglo a mis conocimientos, con la máxima corrección ortográfica y gramatical que me es posible. A las normas que aprendí hace años, siempre intento unir la retentiva que me proporciona la lectura diaria. La acentuación me parece fundamental. Tanto, que no logro entender a esas personas que escriben López, Sánchez o Jiménez sin tilde. Hay quien, por no acentuar, ni siquiera lo hace con su propio nombre.

No llego a ser un obseso de todo esto. Sin embargo, la irrupción de las redes sociales nos ha relajado bastante en este sentido. Las abreviaturas, sin orden ni concierto, están a la orden del día. Los perfiles dejan patente las carencias de sus titulares. Es sorprendente que textos de personas que intuyes versadas y formadas en la disciplina del buen escribir registren fallos monumentales. Y es deducible que cuando, por ejemplo, envían un artículo a un periódico, alguien le corrija las imprecisiones. Imagino la cara del responsable de esa tarea, al que se le deben caer los palos del sombrajo con determinadas firmas en esas ocasiones. No ya solo por las que se derivan de la propia construcción gramatical sino, incluso, por la más elemental ortografía, algo que ya es suficientemente grave de por sí.

Solo disculpo a aquellas personas a las que presupongo un notable déficit de formación, pero que se atreven sin complejos a lanzarse al mundo de internet, aun con sus lagunas y limitaciones. Esa gente, como decía el poema de El Piyayo que tanto leíamos en la escuela de pequeños, me merece un respeto imponente, aunque a chufla lo tomen otros.

Algo se mueve en la derecha

Es más que seguro que Fernando López Miras nunca hubiera dirigido a Vox en la Asamblea Regional las invectivas que Pablo Casado le lanzó esta semana a Santiago Abascal en el Congreso. Conviene no perder nunca de vista que vivimos en la Región donde el partido de Abascal ganó las últimas elecciones generales y en la que sus votos son imprescindibles para sacar adelante las iniciativas en el parlamento autonómico. Si sumamos los porcentajes de los sufragios obtenidos por el PP y Vox, añadiendo los de Ciudadanos, la cifra alcanza el 60% que Valcárcel llegó a rebasar en alguna consulta electoral, por lo que la sociedad de esta comunidad autónoma sigue polarizada, a día de hoy, entre ese porcentaje mayoritario para el centro-derecha y un 40% restante para la izquierda. Así las cosas, resulta difícil revertir eso cuando poco o nada se hace para que el panorama cambie. Me refiero a la izquierda, con un PSOE apesebrado y un Podemos que, tras su último descenso electoral y la pérdida de su principal referente parlamentario, carecen del empuje suficiente para poder desbancar del monopolio electoral a la derecha.

La compleja situación de Vox en la Asamblea Regional, con tres diputados que dicen representar a esa formación cuando en realidad fueron expulsados de la misma, y un cuarto que sí se somete a las directrices de la dirección, es lo único que puede alterar el status quo. Sin embargo, nada hace indicar que, por el momento, este trío indisciplinado tenga intención de castigar al Gobierno del PP y Ciudadanos poniéndole las cosas difíciles. La prueba del algodón van a ser los próximos presupuestos de la Comunidad Autónoma, de los que casi nadie duda de que saldrán adelante con los más de 23 votos necesarios y precisos de los tres grupos parlamentarios que en su momento apuntalaron a López Miras para otros cuatro años en el Palacio de San Esteban.

Pablo Casado decidió su estrategia cuando supo entender que la moción de censura de Vox no iba tanto contra el Ejecutivo de Pedro Sánchez como contra él. Le consta que, como antes Albert Rivera, ahora Santiago Abascal buscaba el sorpasso. En determinados cenáculos madrileños el líder de Vox había dejado claras cuáles eran sus verdaderas intenciones. Y Casado supo interpretarlo con un discurso en el que demostró, tal y como entendían algunos entrenadores de fútbol en el pasado, que la mejor defensa es siempre un buen ataque. El paso siguiente será comprobar si la actuación del presidente del PP se enmarca en un verdadero golpe de timón respecto a las relaciones con la extrema derecha o no va más allá de ser un toque de atención a modo de aviso a navegantes. Cuando en Francia o Alemania sus homólogos marcan distancias con esos partidos, en España se ha estado coqueteando, desde la irrupción de Vox, con esa opción electoral, pactando gobiernos en tres comunidades autónomas y en numerosos ayuntamientos, hasta desembocar en la famosa foto de la Plaza de Colón, en febrero de 2019, impensable en el París de Macron o el Berlín de Merkel.

Casado espetó a Abascal que la izquierda llevaba 30 años esperando que se creara un partido como Vox y que él lo había posibilitado. No es cierto. La izquierda llevaba soñando con eso mucho tiempo atrás, desde 1977, anhelando una formación a la derecha de Alianza Popular, luego PP, algo que no llegaba a cuajar, ya que la Fuerza Nueva de Blas Piñar apenas fue capaz de obtener un escaño en 1979, por Madrid, en la persona de este notario franquista de verbo encendido. Cualquier atisbo de radicalidad a la derecha siempre era interpretado con cierto alborozo, por buena parte de la izquierda de este país, como si se asistiera al resurgimiento de las ascuas del Régimen anterior. Con lo que no contaban, desde luego, es que desde la propia derecha se le otorgaran alas a esa escisión visceral e incluso se le regalasen galones en las instituciones para que, con el tiempo, estos fueran capaces de intentar la fagocitación de los propios padres de la criatura.

Vox ha sido para el PP como el glutamato monosódico en la alimentación: algo sobre lo que muchos dietistas cuestionan sus efectos perniciosos mientras hay quien no ve riesgo alarmante para la salud. Resulta paradójico que la izquierda y la derecha españolas hayan llegado a un punto en el que ambas tengan que sustentarse en los populismos, a uno y otro extremo del tablero, para llegar a gobernar. Mientras aún resulta impensable que los dos grandes partidos sean capaces de hilvanar juntos una verdadera estrategia política de Estado, los extremistas, nacionalistas, independentistas y demás experimentos se frotan las manos porque tienen donde sacar rédito a sus ambiciones desmedidas.

[eldiario.esMurcia 25-10-2020]

Andrés Ayala, una voz en grana

Hace más de seis décadas, Andrés Ayala García (Totana, 1927) coincidió con Enrique Llanes Godínez, fallecido en 2014 a los 92 años, trabajando en el Instituto Nacional de Previsión en Murcia. De aquel encuentro surgiría la vocación común por el periodismo deportivo. Llanes ya era un experto en la retransmisión de partidos de fútbol y debió ver en aquel un pupilo digno de ser promocionado. 

En su años mozos, Ayala había practicado diversas modalidades deportivas, si bien lanzarse al mundo de la información debía de ser algo que, a priori, no entrara en sus cálculos. En 1956 se estrenó ‘El fenómeno’, película en clave de comedia en la que confunden a un profesor de la Universidad de Frankfurt con un jugador ruso de fútbol a su llegada al aeropuerto de Barajas. Protagonizada por Fernando Fernán Gómez, algunas de sus escenas se rodaron en el campo de La Condomina, donde Ayala actuó como extra y apareciendo en una en la que abraza al actor tras marcar este un gol de chamba. Hacia 1964, Llanes le pasó el testigo, realizando sus primeras incursiones en el terreno de las transmisiones deportivas desde los micrófonos de Radio Juventud de Murcia. Andrés Ayala se convirtió en uno de los pioneros en trasladar a los oyentes no solo los partidos que en su estadio disputaba el Real Murcia, sino también los que el equipo grana jugaba lejos del campo de la Puerta de Orihuela. 

En esa temporada, el club, entrenado por Fernando Daucik, militaba en Primera División. A sus 93 años recién cumplidos, Andrés Ayala intenta recordar esa etapa de su vida con un cierto sabor agridulce, sobre todo por las penalidades que, en ocasiones, hubo de soportar en los desplazamientos por las carreteras de la época y con los vehículos que por entonces se conducían. Con todo, tuvo oportunidad de disfrutar durante esa temporada con los resultados del equipo, que llegó a situarse sexto en la Liga, si bien acabaría el campeonato en la zona templada de la tabla. Sin embargo, las siguientes campañas serían, deportivamente hablando, un completo desastre con el descenso a Segunda División, e incluso a Tercera en la 1969-70 por primera vez en la historia grana. Por contraste, en 1973 el club regresó a Primera, tras dos ascensos consecutivos desde la categoría de bronce del fútbol español. 

Puri, su mujer, solía acompañarle en algunos de esos desplazamientos. Se da la circunstancia de que en un FC Barcelona-Real Murcia, ante la cantidad de medios acreditados, situaron su puesto de comentarista en un apartado del palco del Nou Camp. Cuando el locutor fue a ocupar el sitio con su esposa, un empleado les impidió el paso porque, según explicó, en esa estancia no se admitían mujeres. Ayala montó tal follón que tuvieron que romper en ese momento tan anacrónica norma, por lo que Puri se convirtió en la primera mujer en pisar el palco blaugrana.

Llegada la década de los ochenta, Andrés Ayala abandonó los micrófonos cuando le aplicaron la ley de incompatibilidades, debido a que simultaneaba las retransmisiones con su plaza de funcionario en la Administración sanitaria. Desempeñó varias responsabilidades, llegando a ser nombrado interventor en el hospital Virgen de la Arrixaca, inaugurado en 1975, en El Palmar. Y entregó el relevo a un joven discípulo en las ondas, Antonio González Barnés, surgido del ‘Ibarraestadio’ que dirigía el inolvidable Juan Ignacio de Ibarra.

En reconocimiento a todos esos años en los que Ayala fue una voz entrañable para la afición murcianista, la Asociación de Profesionales de Radio y Televisión debería otorgarle, en la próxima gala, su Antena de Plata por tan fructífera trayectoria. Sería una merecida recompensa para el decano de los locutores deportivos en la Región, un hombre nonagenario que, a pesar de que no le han faltado contratiempos en su vida, sigue conservando el espíritu libre y las ganas de vivir. Porque, como alguien dijo, los años pueden arrugar la piel, pero renunciar al entusiasmo es lo que nos arruga el alma.

[‘La Verdad’ de Murcia. 20-10-2020]

Ignorantes históricos

La determinación llevada a cabo días atrás en el Ayuntamiento de Madrid de retirar del callejero el nombre de Indalecio Prieto destila un profundo desconocimiento de la historia de España. A instancias de Vox, y con el beneplácito del PP y Ciudadanos que allí gobiernan, Prieto perderá una calle en ese deporte tan español, practicado por nuestros ediles desde la época de la Transición, de ajustar cuentas con el pasado a base de borrar todo vestigio a través de las placas de calles y plazas. Lo responsabilizan, por ejemplo, del asesinato del político derechista José Calvo Sotelo, en 1936, y ya puestos podrían hacerlo también de la muerte de Manolete, en 1947.

Me consta que hay en Vox profundos admiradores de la figura del fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera. Sin ir más lejos, su secretario general, Javier Ortega Smith, a la sazón, concejal en la corporación madrileña. “Fue uno de los grandes hombres de la historia de España”, llegó a decir de él en un acto celebrado en 2018. Pues bien, si se hubieran molestado un poco en estudiar al personaje, habrían concluido en el respeto mutuo que el líder falangista y el político socialista se profesaban. Tanto es así que, estando preso en la cárcel de Alicante durante el estallido de la Guerra Civil, José Antonio confeccionó un listado de lo que consideró un gobierno de concentración nacional, en un intento para acabar con las disputas irreconciliables, que discurrieron por los derroteros execrables que todos conocemos, entre los unos y los otros. En aquel Ejecutivo, Primo de Rivera incluyó a Prieto como ministro de Obras Públicas, sabedor no solo de su talante conciliador sino de su decidida apuesta por la mejora de las infraestructuras del país, como quedó patente durante el tiempo que ejerció ese ministerio en la Segunda República.

Enfrentado al radicalismo de su compañero socialista Francisco Largo Caballero, al que también se ha privado de seguir teniendo calle en Madrid, marcó distancias y mantuvo que en España necesitábamos “una República creadora, no simplemente un cambio de rótulo”, paradójica frase para ilustrar lo que ahora nos ocupa. En plena contienda civil, Prieto se enfrentó también a los ministros comunistas del gabinete, dejó el Gobierno y acabó exiliado en México. Hasta allí se llevó una misteriosa maleta que el general Franco buscó infructuosamente durante años. Se la había hecho llegar el comandante militar de Alicante, tras el fusilamiento de José Antonio, y en ella se contenían documentos y pertenencias personales del fundador de la Falange. Entre ellos, la lista del hipotético Gobierno ‘de salvación nacional’ antes mencionado. En esta, escrito de su puño y letra, aparte de Prieto, figuraban otros nombres ilustres de la época como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Melquiades Álvarez o Portela Valladares, bajo la presidencia de Diego Martínez Barrio, quien sustituiría a Manuel Azaña, tras el final de la Guerra Civil, como presidente de República en el exilio. La llave de la caja fuerte donde se hallaba esa maleta le fue entregada en 1977 a un sobrino de José Antonio por parte del albacea testamentario de Prieto.

La amistad entre ambos políticos se cimentó en 1934, en el Congreso, el día en que el socialista votó en contra -gran parte de la derecha lo hizo a favor- cuando se concedió el suplicatorio al falangista para ser juzgado por presunta tenencia ilícita de armas. En sus memorias, Prieto reconoció que estuvo tentado de fundar un partido social español con José Antonio y con lo más granado del socialismo, según este último le reclamaba. Y que no lo hicieron por mediar el drama de la guerra y su fusilamiento, consecuencia de aquel suplicatorio, que lamentó y condenó. Lo que también deben desconocer los impulsores de la moción es que la placa a Prieto se colocó en 1995, con un alcalde del PP que gozaba de mayoría absoluta, José María Álvarez del Manzano, en un bulevar del distrito de Vicálvaro. No es de extrañar que este se haya mostrado perplejo ante los que ahora pretenden retirarla del callejero madrileño, demostrando con ello una incultura histórica tan supina como morrocotuda.

[eldiario.esMurcia 17-10-2020]