El precio de la soldada

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El estadounidense George Lakoff (Berkeley, 1941) es toda una autoridad en lingüística cognitiva. Lakoff sostiene que estructuramos el tiempo en función del espacio y nuestra experiencia de él, y que hablamos del futuro como algo que está delante, mientras al pasado nos referimos como eso que se encuentra detrás de nosotros. Es apenas un breve apunte de su reputada teoría sobre el pensamiento metafórico.

Para Lakoff, solo cuando los periodistas estén bien formados, estos se encontrarán entrenados para asumir que el lenguaje ha de ser neutral. Y que no entiende de marcos ideológicos. Para este lingüista, será entonces cuando escuchando el lenguaje político, los periodistas no se sientan manipulados, porque no entrarían en ese juego.

Esta última campaña electoral, que por supuesto no se ha circunscrito a las estrictas dos semanas que se le atribuyen por imperativo legal, ha estado trufada de episodios grandilocuentes en ese sentido. Periodistas entregados a través de sus medios, tertulias o redes sociales, en cuerpo y alma desde el minuto uno a ‘su’ candidato, y no porque formaran parte de su equipo de campaña, precisamente. Es fácil imaginar sus rostros desencajados en la noche electoral del 24-M, toda vez que la ciudadanía tiró por tierra muchas de las expectativas que atesoraban, declinando esas abrumadoras mayorías absolutas de que algunos gozaron durante dos décadas. Más bien, con tan obtuso proceder, daba la impresión de que los profesionales que así actuaban se asemejaban a cualquier quinceañero del club de fans de aquel cantante de los rizos y los saltitos de karate, en una actitud que dice bien poco de un oficio llamado, en teoría, a escrutar y tamizar el mensaje interesado que muchos de nuestros políticos se obstinan todavía en transmitir al lector, oyente o espectador, como si de truhanes vendedores de crecepelo o de mantas zamoranas se tratara.

Alguien dijo que la corrupción del alma es aún más vergonzosa que la del cuerpo. Y aunque sean comprensibles las cabriolas que algunos han de hacer para mantener la soldada con una cierta dosis de estabilidad, no lo es tanto hacerlo a cualquier precio, sobre todo si empeñas tu dignidad y hasta el amor propio, si preciso fuera. Y es que hay quien se vende muy barato. O lo que es aún peor: se alquila a un precio de saldo.

[‘La Verdad’ de Murcia. 28-5-2015]

Del mamporrero al tonto ilustrado

BOADELLAZ

Todo indica que etimológicamente el origen de la palabra mamporrero proviene del término mamporro. Y se asegura que este, a su vez, tiene su antecedente en la mano y la porra. Lo cierto es que el concepto del noble oficio del mamporrero se ha tergiversado con el paso del tiempo. En realidad, no es más que aquella persona encargada de preparar a la yegua y dirigir el miembro del caballo en la cópula con la hembra. En la antigüedad, ese menester gozaba de un gran prestigio e incluso de notable dignidad, pues de su diestra y certera habilidad dependía la procreación de los mejores ejemplares equinos.

La evolución que ese término ha tenido con el devenir de los años ha derivado en ser de aplicación para todo aquel que ayuda a otro, no sin ciertas artimañas y triquiñuelas, a conseguir el fin que persigue. En ocasiones, ese mamporrero contemporáneo suele guardar una cierta similitud con otro espécimen que en su día identificó como nadie un agudo Albert Boadella: se trata del tonto ilustrado. Este último, según el dramaturgo catalán, es alguien que, por su proceder, puede resultar extremadamente peligroso para la sociedad.

En una celebrada entrevista televisiva con el periodista Jesús Quintero, el fundador de ‘Els Joglars’ argumentó que “desde la época de Cervantes hasta nuestros tiempos, estadísticamente somos, o son, más millones de imbéciles”. La peligrosidad de la especie del tonto ilustrado, según Boadella, se basaría en que, en apariencia, se trata de un tipo que “no parece tonto y es capaz realmente de poner unas caras, unas expresiones muy profundas y tal, así como de estar en un cargo importante y, a partir de ahí, hacer todos los desastres posibles”.

Seguro que todos, al leer estas atinadas y sarcásticas descripciones, tanto del mamporrero como del tonto ilustrado, tenemos en mente algún que otro ‘ejemplar’. Y más aún cuando se atisba un tiempo de cambio, que es cuando suelen proliferar con ahínco estas gentes, siempre tan prestas a arrullarse al cálido abrigo que, de cara a lo que se pudiera avecinar, más les caliente en las frías noches en la inhóspita estepa de su vida; esas que tarde o temprano, inexorables, tras los días de luz cegadora, siempre llegan al ponerse el sol.

[‘La Verdad’ de Murcia. 7-5-2015]

El combate del siglo

Muhammad-Ali-se-burla-de-Joe-Frazier-previo-a-su-pelea-que-sería-considerada-“La-pelea-del-Siglo”

Los antagónicos y eternos rivales Mohamed Ali y Joe Frazier protagonizaron en marzo de 1971, en un abarrotado Madison Square Garden, en Nueva York, el que se consideró como el combate del siglo XX. Fueron 15 asaltos más que intensos tras los que, al final, el segundo se impuso al primero por decisión unánime del jurado técnico. A esta sucederían otras memorables veladas con ambos iconos sobre el ring, como ocurriera en Manila, en 1975, en la que dicen fuera, posiblemente, la mejor pelea de la historia, con victoria de Ali, que aseguró que ese día vio la muerte muy de cerca, y luego de la retirada de un mermado Frazier.

En octubre de 1974, el trono de los pesos pesados lo dirimieron en suelo africano, en Zaire, un Ali de 32 años y despojado de la corona por negarse a ir a la Guerra de Vietnam, y George Foreman, de 25. En el octavo asalto, el primero estampó el signo de su enorme contundencia en el rostro del segundo, que besó la lona y ya no se volvió a levantar.

Pero si antes hubo otra pelea legendaria, esa fue la que protagonizaron Joe Louis y el irlandrés Billy Conn, en el Polo Grounds de Nueva York, en 1941. El primero se deshizo del segundo cuando apenas faltaban dos segundos para que la campana anunciara la finalización del combate. El bombardero Louis pasaría a la historia como el campeón que más tiempo conservaría el entorchado: nada menos que 11 años, desde 1937 a 1948.

Ahora se anuncia el combate del siglo XXI, entre el púgil filipino Manny Pacquiao y el estadounidense Floyd Mayweather Jr., por la corona del peso welter, este sábadoen el MGM Grand Garden Arena, en Las Vegas. Ello ocurre cuando el boxeo ya no es lo que era, mitificado como estuvo en su época por el cine negro, y al que el legendario promotor Don King llegó a definir sin desazón como «un catalizador para unir a la gente». Sin embargo, quienes lo sintieron en sus carnes, como el gigante británico Frank Bruno, que llegó a alzarse con el título de los pesados en 1995, fueron más allá, al catalogarlo simplemente como un negocio con sangre. Un negocio que, a día de hoy, sigue moviendo ingentes cantidades así como incontables pasiones, con millones de dólares de por medio.