La batalla de las Termópilas, espartanos contra persas, 300, Miller, Snyder…

 

 

Ante el peligro común, tampoco coincidieron los griegos, como era tradicional: algunas poleis, las ciudades jonias de Asia, las insulares (Andros, Thenos, Paros), Tesalia y Beocia tomaron el partido del Gran Rey, o por temor o vendidas al oro persa, Tebas y Argos decidieron permanecer neutrales, en tanto que los demás pueblos griegos- Atenas, Esparta y los argivos a la cabeza- se reunieron en Corinto y establecieron un pacto por el que se comprometían a no terminar la guerra sino mediante una decisión común. Se fijó, como primera línea de resistencia, el desfiladero de las Termópilas, en tanto que la escuadra aliada se establecería en el extremo de la isla de Eubea, junto a un santuario dedicado a Artemisa. Más discutida fue la decisión de un mando común; al fin se tomó la decisión de que el espartano Leónidas defendiera el desfiladero de las Termópilas, en tanto que el ateniense Temístocles protegería Atenas.

 

En efecto, 300 espartanos, 700 de Thespies y 400 tebanos, que al fin se habían alineado en la causa nacional, acordaron mantenerse en las Termópilas al mando del rey espartano Leónidas. Las Termópilas es un desfiladero estrecho, entre el monte Otea y el mar, por donde apenas podía pasar un carro de frente.

 

El ejército persa quedó detenido unos días hasta que – según la narración de Heródoto- un traidor llamado Sfialtes indicó a los persas un lugar por donde podían pasar la cadena montañosa sin tener que atravesar el desfiladero. Cogidos por los dos lados, Leónidas permitió a los de Thespies retirarse, si querían, mientras mantuvo a su lado a los tebanos; pero los primeros quisieron también morir con los espartanos.

 

La batalla de las Termópilas (agosto de 480 antes de Jesucristo) terminó con la muerte de todos los defensores griegos, pero costó a los persas 20.000 víctimas, entre las cuales estaban dos hermanos del propio rey Jerjes. Se cuenta de ella -lo narra siempre Heródoto- que habiendo anunciado algún derrotista que los persas eran tan numerosos que si disparaban todos sus flechas al mismo tiempo oscurecerían al Sol, un espartano llamado Dieneces respondió: «Mejor, así pelearemos a la sombra». En honor de las víctimas se grabó después en el desfiladero una inscripción que reza: «Viajero, anuncia a Esparta que yacemos aquí en obediencia a sus leyes».

 

Franqueado el obstáculo de las Termópilas, la oleada persa se abatió sobre el Ática, mientras la escuadra griega que había combatido en luchas parciales contra los persas se refugiaba en Salamina. Este hecho fue debido a una consulta que hizo Temístocles al oráculo de Delfos. La pitonisa le advirtió que la salvación de Atenas se cifraba en «levantar murallas de madera», eufemismo que el caudillo griego interpretó en el sentido de referirse a los barcos.

 

Desbordada la defensa, los persas entraron en el Ática, llegaron a Atenas incendiando los templos de las Acrópolis, siempre como venganza de la destrucción de los de Sardes, y degollaron a la pequeña guarnición que allí había quedado.

 

Trescientas sesenta y ocho naves griegas, después de haber transportado a la población ateniense a la pequeña isla de Salamina, esperaron el inminente ataque de los persas. En septiembre de 480 a. J.C. tuvo lugar la batalla naval conocida con el mismo nombre de la isla, presenciada desde la costa del Ática por el propio rey Jerjes. Las naves persas, mayores en tamaño, no pudieron evitar las ágiles maniobras de los pequeños barcos griegos- de Atenas y Egina principalmente- que las envolvieron y encerraron en la pequeña rada de Salamina. Pereció en el combate el almirante persa Ariabigne, hijo de Darío y hermano de Jerjes, y con él muchos personajes famosos. El rey persa huyó a su país dejando a su cuñado Mardonio, con 300.000 hombres, para que continuara la guerra tratando de forzar el istmo de Corinto.

 

Mientras tanto, caído en desgracia Temístocles, fue sustituido por Xantipo y Arístides. Mardonio evacuó Atenas, que fue ocupada de nuevo por sus habitantes, y allí se recibió una embajada de Mardonio, desempeñada por un personaje macedónico llamado Alejandro, en la que el rey persa ofrecía la paz a los atenienses, comprometiéndose a restaurar la ciudad, si Atenas se mostraba neutral, y aún se ofrecía a ayudarles para conquistar el Peloponeso acabando con la hegemonía espartana en aquella península.

 

El ofrecimiento fue rechazado por los atenienses que mantuvieron su alianza con los espartanos, pidiéndoles que pasaran a la ofensiva contra las tropas de tierra persas que se mantenían en territorio griego, pero los espartanos dejaron pasar un año antes de actuar. Mardonio volvió a apoderarse de Atenas, y los atenienses se trasladaron de nuevo a Salamina, en espera de la ayuda de los espartanos.

 

Llegaron, al fin, éstos y junto con los demás aliados dieron contra Mardonio la batalla de Platea (en el Ática), en el año 479, en la que murió el propio Mardonio. La lucha comenzó en forma incierta al principio, y los persas lograron hacer retroceder a los griegos. El jefe griego de Platea se llamaba Pausanias, tutor del hijo de Leónidas, Plistarco, a quien realmente correspondía el mando, pero por su edad fue escogido jefe su primo y tutor. La batalla de Platea fue un gran éxito de los griegos y salvó al país de la invasión Persa.

 

En el mismo año, la flota griega al mando del también espartano Leutíquidas derrotaba a los persas en la batalla naval de Mikala, produciendo esta victoria un levantamiento de los jonios de Asia dominados por el Gran Rey. Los persas supervivientes de la matanza llevada a cabo por los jonios se refugiaron en Sardes, en tanto que la escuadra ateniense marchaba al Hellesponto para evitar el paso del ejército persa de regreso a Asia, cosa que no consiguió, pero pudo tomar Sestos, en la costa europea del Hellesponto (Dardanelos actuales).

[http://www.oya-es.net/]

El milagro de Evedasto

El voleibol es un deporte al que jugábamos en el instituto allá por los años setenta. No nos emocionaba especialmente y por ello nuestras energías las aplicábamos más al balonmano, un deporte más virulento y en el que yo jugaba de portero.

No creo que Murcia haya destacado especialmente en la disciplina del voley. Sin embargo, en menos de 18 meses, un empresario marmolista de 40 años de edad y complicado nombre, Evedasto Lifante, ha sido capaz de situar a la ciudad en la elite de ese singular deporte. El Grupo 2002, formación femenina constituida -como él mismo reconoce- a golpe de talonario por una serie de fantásticas jugadoras nacionales a internacionales, está en la senda de ganarlo todo. Ya tiene, no obstante, la Supercopa, la Copa de la Reina y la Top Team Cup. Junto a siete españolas, en su nómina galáctica hay ocho extranjeras; en concreto, dos polacas, dos dominicanas, una rusa, una americana, una brasileña y una belga. La canallesca Interviú les dedica esta semana generoso espacio. Aunque no las soprendieran tanto como a la Pataky.

 

A Evedasto ya lo tildan como el Abramovich del voley, una comparación que no le molesta, en absoluto, por lo que hasta pretende invitar al propietario ruso del Chelsea londinense al palco de su club para que presencie algún partido y se embriague de su pasión. Asegura Evedasto que se trata de un deporte fascinante y espectacular. Tanto como el imponente Maserati que tripulaba vertiginoso por las angostas carreteras que le llevan y le traen a las canteras de su Barinas natal.

Adiós a El Guayabero, el rey del doble sentido

 

 

Se acaba de morir El Guayabero, un personaje jugoso al que conocí en su país allá por el año 1984, cuando él era ya un vibrante veterano y yo, un jovenzuelo en ciernes. De ello queda constancia en la fotografía que ilustra este comentario. Estoy, tras él, de pie.

Faustino Oramas, el músico cubano más longevo en activo, falleció en la madrugada de este martes –hora cubana- a los 96 años de edad, víctima de cáncer en el hígado.

Estaba considerado como el rey del doble sentido por la letra picaresca de sus canciones. Oramas murió en el Hospital Lenin, de su ciudad natal, Holguín, donde había sido internado hace días con serias averías en su sistema renal y cardiovascular.

El doctor que le atendió, Raúl Ramírez Pupo, especialista en Cuidados Intensivos de Adultos, declaraba al diario holguinero Ahora que Faustino tenía una edad biológica de 103 años.

Nacido el 4 de enero de 1911, El Guayabero, quien también ostentaba el título de Juglar Mayor, era el máximo representante en la Isla de una tradición de escribir música con letras jocosas, plasmadas de malicia.

El cadáver de El Guayabero será expuesto en La Periquera, sede del Museo Provincial de Historia, en Holguín, hasta su entierro. Descanse en paz.

La vigencia de Miguel Espinosa

 

Valoración de John F. Kennedy (1963)

Miguel Espinosa (1926-1982)

…/…

Es tradición occidental que los heterodoxos devengan normalmente producto de la conjunción de dos factores: una filosofía basada en principios generales y una simpatía instintiva hacia el futuro, es decir, hacia lo que necesariamente ha de ocurrir. Cualquier tipo de filosofía, en cuanto teoría, puede convertirse en doctrina de una personalidad de izquierdas, siempre que la razón parta de postulados constatables y concluya implacablemente, según su método, soslayando la tentación de los juicios interesados. Frente a esto, las denominadas derechas representan regularmente lo actual, los intereses, los compromisos. Mas, como dijo Lucrecio, y tantos han repetido, la Fatalidad conduce a quien la quiere y arrastra a quien no la quiere.

Para poder actuar como una individualidad de izquierdas sin abandonar la Weltanschauung norteamericana, Kennedy hubo de volver forzosamente a la Democracia de Jefferson, es decir, a la filosofía, en cuyo origen no hay corrupción, porque es puro pensamiento. Igual tendría que hacer el cristiano que pretendiera cabalgar junto al futuro: retornar a la consideración de los principios. Pero el intento de Kennedy demostró la verdad de esta aparente paradoja: que tornar a los fundadores de cualquier doctrina, y a sus escuetos postulados, resulta heterodoxo.

…/… 

Faulkner, Borges, otros… y Macallan

Acompasado por los sorbos del Rolls Royce de los whiskys de malta, el Macallan (12 años), reposado en las barricas jerezanas hasta alcanzar su reputado aroma así como la probada intensidad y finura, con tonos de madera, flores y también frutas, llega a mis manos la edición de Siruela de Las palmeras salvajes (1939) de William Faulkner, traducción mediante (¿rioplatense?) Jorge Luis Borges (o de la madre), el mismo que la leyenda refiere que tradujo a Wilde con tan sólo 9 años. 

“Si yo de ti me olvidara, Jerusalén”, historia de amor entre Harry Wilbourne y Carlota Rittenmeyer, o el presidiario sin nombre en las inundaciones del Mississippi de 1927…

 

“Descubrí que mi propia parcela de suelo natal era digna de que se escribiera acerca de ella” (Yoknapatawpha, capital Johnson) dejó dicho tras escribir Sartoris (1929). No sé si es preceptivo leer a Faulkner, alcohólico compulsivo que fue (“Entre escocés y nada, me quedo con escocés”), acompañado del agua de la vida.

¿El éxito del novelista? Noventa y nueve por cien de talento, otro tanto de disciplina y trabajo. El artista es responsable sólo ante su obra. El escritor no necesita libertad económica. El mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel.

-¿Fueron reunidos en un solo volumen los dos temas no relacionados de Las palmeras salvajes con algún propósito simbólico? ¿Se trata, como sugieren algunos críticos, de una especie de contrapunto estético o de una simple casualidad?

No, no. Aquello era una historia: la historia de Charlotte Rittenmeyer y Harry Wilbourne, que lo sacrificaron todo por el amor y después perdieron eso. Yo no sabía que iban a ser dos historias separadas sino después de haber empezado el libro. Cuando llegué al final de lo que ahora es la primera sección de “Las palmeras salvajes”, comprendí súbitamente que faltaba algo, que la historia necesitaba énfasis, algo que la levantara como el contrapunto en la música. Así que me puse a escribir “El viejo” hasta que “Las palmeras salvajes” volvió a ganar intensidad. Entonces interrumpí “El viejo” en lo que ahora es su primera parte y reanudé la composición de “Las palmeras salvajes” hasta que empezó a decaer nuevamente. Entonces volví a darle intensidad con otra parte de su antítesis, que es la historia de un hombre que conquistó su amor y pasó el resto del libro huyendo de él, hasta el grado de volver voluntariamente a la cárcel en que estaría a salvo. Son dos historias sólo por casualidad, tal vez por necesidad. La historia es la de Charlotte y Wilbourne.

Benedetti fue el que definió a Faulkner como a Onetti: vaya par de novelistas de la fatalidad.