La mochila de Manu Leguineche

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Ryszard Kapuscinski creía que para ejercer el periodismo, ante todo, había que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos, en pocas palabras. Concluía el reportero polaco que las malas personas no podían ser buenos periodistas. Para Kapuscinski, si se era una buena persona se podía intentar comprender a los demás, “sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias”. Y convertirse, añadía, de forma inmediata y desde el primer momento, en parte de su destino.

Manu Leguineche, fallecido recientemente a los 72 años, reunía todas estas cualidades, por lo que no es de extrañar la unanimidad generada en torno a su persona, no solo ante su desaparición sino mucho antes, que, al fin y al cabo, es lo importante. Hay una anécdota acontecida hace más de tres décadas que retrata muy bien al personaje. La he recordado estos días, con gran complicidad y agrado, por cierto, de todos aquellos a los que se la referí.

Luego de curtirse en mil batallas, en 1980, a Manu Leguineche le fue concedido el Premio Nacional de Periodismo. Tras hacerse público el fallo, por la noche, acudió a TVE, a la segunda edición del telediario, para ser entrevistado en directo. Se encargó de ello la que había sido su esposa hasta hacía poco, Rosa María Mateo, un auténtico icono de la televisión por aquellos años. Comenzó la entrevista con la normalidad que dictaban las preguntas de rigor hasta que, llegado un punto, la locutora inquirió al flamante galardonado: «Y dígame, ¿cuál ha sido el acontecimiento más importante que ha vivido usted?». Manu contuvo la respiración, alzó la vista, miró a los ojos a su exmujer y le espetó sin dudarlo: «Haberte conocido, Rosa». Ahí concluyó la charla, tras lo que una sorprendida y turbada presentadora de aquel informativo nocturno dio paso a la previsión meteorológica de la jornada venidera.

Alguien escribió una vez que después del amor lo más dulce era el odio. Sin embargo, y en eso coincidimos muchos, el rencor era ese sentimiento que no tenía cabida en la pesada mochila de un enorme periodista y mejor persona que fue Manu Leguineche, el jefe de la tribu.

[‘La Verdad’ de Murcia. 31-1-2014]

De gobierno y periódicos

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Fue Tho­mas Jef­fer­son el que dijo aquello de que pre­fería pe­rió­di­cos sin gobierno, a go­bierno sin pe­rió­di­cos. No debía tener la cabeza mal amueblada aquel tercer presidente de los Estados Unidos del que una vez dijo John F. Kennedy, tras recibir en la Casa Blanca a varios premios Nobel, que nunca en esa estancia hubo tanta inteligencia reunida desde que Jefferson desayunaba allí en solitario.

Por lo que se va viendo, a Pedro J. Ramírez lo ha destituido del puesto de mando de El Mundo un cúmulo de circunstancias: las políticas y las empresariales. Y por supuesto que no todos los políticos piensan como lo hacía Jefferson.

En Suecia, sus ciudadanos tienen garantizada la libertad de prensa desde 1766, a través de lo que se denomina ‘tryckfrihet. En los Estados Unidos, por la primera enmienda de su Constitución. Y en España, su Carta Magna la ampara en el artículo 20. Claro, que en el 35 también se lee que «todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo». Y ya vemos cuál es el grado de cumplimiento hoy, en nuestro país, de tan pomposo texto.

La entrevista y su ‘tempo’

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Paul Johnson hablaba de la impasibilidad de una estatua de un indio de caoba de tienda para referirse a Adenauer. Seguí la entrevista con el presidente Rajoy por la radio. Escuchándola, uno percibe esos matices que el medio televisivo te brinda o te hurta. Me explico: la ausencia de imagen te deja la voz desnuda. La de la entrevistadora, deslavazada y con preguntas de construcción imposible. La del entrevistado, en su línea de inconcreción porque “no hay que adelantar acontecimientos”.

La entrevista televisiva es aquella propuesta solidificada sobre tres pilares: el entrevistado, el entrevistador y la audiencia. En este caso, se trataría de un diálogo del que obtener información. Este tipo de ejercicio periodístico no es el interrogatorio de un fiscal en un juicio ni el del abogado de la parte contraria. El juego se basa en preguntar y responder. Con su ‘tempo’ y sus pausas. Tan sencillo y a la vez tan complicado. Pero no todos los profesionales parecen entenderlo así.

De un tiempo a esta parte parece haberse instaurado la entrevista inquisitorial. Poco menos que o usted me dice lo que yo espero o no me vale. Y, claro, tampoco es esto. La libertad de expresión también se fundamenta en saber preguntar y en escuchar. En el otro polo estaría la lisonjera. Pero para ese viaje no se necesitarían alforjas. La entrevista es un género puro que sigue siendo muy válido en los tiempos que corren. Una pena que haya quien la distorsione en busca de un mal entendido protagonismo.

Mari Trini, nuestra Édith Piaf

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No puede dejar de sorprendernos que una artista con el bagaje profesional de Mari Trini haya tenido en su tierra y como homenaje tras su muerte, ocurrida en abril de 2009, apenas una calle dedicada en su pueblo natal, Caravaca de la Cruz. Un año antes del óbito, la cantante fue premiada con motivo del Día de la Mujer por la Comunidad Autónoma de Murcia en reconocimiento a su lucha por la igualdad. Y hasta ahí, fin de la cita.

Mari Trini fue de ese tipo de personas que, en otros lugares del mundo, hubieran sido elogiadas y valoradas desde el recuerdo entrañable por una impecable trayectoria profesional repleta de éxitos, que estuvieron cimentados en un concienzudo trabajo de muchos años. Dicen que todo empezó cuando en plena adolescencia se cruzara en su vida el norteamericano Nicholas Ray, un hombre de cine por antonomasia, que debió ver en ella una suerte de diamante en bruto. La llevó a Londres, donde aquella joven quedaría deslumbrada por personajes de la talla de Peter Ustinov, James Mason o Marlene Dietrich, a los que tuvo la inmensa suerte de conocer. Sin embargo, y quizás porque Ray vislumbró que cantando en francés crecería como artista, Mari Trini recalaría en el París revolucionario donde bebió de las fuentes inagotables de los Brel o Brassens.

Regresó a España y en 1970 lanzaría su primer disco grande donde puso de manifiesto tanto su impronta como su madurez de compositora a unos escasos 23 años de edad. De esa época datan títulos tan reconocidos e intimistas como ‘Un hombre marchó’ o ‘Cuando me acaricias’.

Desde ese momento, la carrera de la artista estuvo jalonada de éxitos y reconocimientos por parte de un público fiel que casi la idolatraba. La propia SGAE la distinguiría en 2005 con un disco ‘multidiamante’ por haber conseguido vender a lo largo de su trayectoria la nada desdeñable cifra de más de diez millones de copias.

En 2007, durante un acto del colectivo de profesionales de radio y televisión de Murcia al que asistió, tuve el honor de dedicarle un premio que recogí en nombre de TVE. La definí entonces como ‘nuestra Édith Piaf’. Al bajar del escenario, me lo agradeció cariñosamente. Nunca pensé, cuando dije aquello, que su memoria se honraría en su propia tierra con una indiferencia que pasma. Pero ya se sabe cómo las solemos gastar por aquí.

[‘La Verdad’ de Murcia. 9-1-2014]