Periodismo intoxicante

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Desde que un día determinados asesores en materia de comunicación asumieron que ellos controlarían a su antojo el flujo informativo, el periodismo dejó de ser lo que era hasta entonces. En el momento justo en el que los gabinetes de prensa comenzaron a inundar las redacciones de comunicados intoxicantes y los medios a aceptarlos como trabajo hecho, se buscó que la razón de ser del periodista pasara a un segundo plano. Luego llegarían los cortes de voz, editados para las emisoras de radio, y tras ello también los vídeos.

Mucha gente, ajena al mundanal ruido periodístico, se sorprendió en vísperas de las últimas elecciones generales al conocer que la televisión pública haría un intento por introducir en sus normas de funcionamiento informativo la determinación de no proseguir con una moda o costumbre imperante en la pasada década: que en campaña electoral, las conexiones en directo para las televisiones, e incluso las informaciones, se realizaran con la imagen que proporcionaban y editaban los propios partidos políticos. Se trataba de la antítesis de todo periodismo que se precie, con lo que se tendía a domesticar a los profesionales ante el beneplácito de sus empresas audiovisuales, alborozadas ellas por atemperar gastos a la hora de dar cobertura a las siempre costosas campañas previas a unas elecciones.

El intento de intoxicación al que a diario se somete a los medios de comunicación puede llegar al paroxismo. Fue primero mediante el sobre o el mensajero, luego vía fax, y ahora a través del correo electrónico, como se inunda a estos de notas interesadas procedentes de un ávido emisor. A ello habrá que añadir que en el e-mail se adjunta el corte de voz del protagonista y en el que, por lógica, dice lo que quieren que diga en las antenas de las radios. Y nada más. Y nada menos.

Para añadir más leña al fuego, de un tiempo a esta parte se ha popularizado una nueva modalidad de comparecencia pública: las ruedas de prensa sin preguntas, en las que un portavoz se sube al estrado, lanza su soflama y se marcha sin atender a cualquier cuestión que le puedan plantear. En un intento por ir más allá, luego nos llegaría la técnica del plasma, es decir, colocar a los periodistas en un salón distinto al que ocupa el orador para que desde allí siguieran la intervención del mismo a través de un receptor de televisión.

Los tiempos que corren no están siendo nada dichosos para el oficio. Los cierres de medios, el elevado desempleo consiguiente, la precariedad con la que se trabaja o los bajos salarios, en poco ayudarán a que todo esto se pueda resolver a corto plazo. Pero algo habrá que hacer porque, convendrán conmigo, esto tendremos que pararlo de alguna forma y de una vez por todas. O, de lo contrario, más pronto que tarde se cargarán el periodismo.

[‘La Verdad’ de Murcia. 4-2-2015]