Carmen Romero Peralta, una voz de siempre

Como si alguien hubiera tocado a rebato allá arriba, los hombres y mujeres que conformaron la historia de Radio Juventud de Murcia van engrosando precipitadamente en la nómina de radiofonistas celestiales. Si hace solo unos días nos dejaba el que fuera jefe de programas de la emisora, Diego Pedro López Acosta, a los 88 años, este viernes lo hacía la locutora Carmen Romero Peralta, a la edad de 96.

Nacida en Azuaga (Badajoz), pero pronto emigrada a tierras murcianas, la suya fue una de las voces más reconocibles de aquella estación-escuela del Frente de Juventudes, fundada en la década de los cincuenta del siglo pasado en el Paseo del Malecón, de la que salieron muchos de los mejores profesionales que ha dado la radio en la Región de Murcia.

Locutora de las de siempre, Carmen Romero sabía dar la entonación exacta y la vocalización precisa a cuantos guiones se enfrentaba. Poco amiga de las improvisaciones, sus presentaciones eran una auténtica delicia en cuantos programas se la reclamase. ‘Madrugada y melodía’, ‘Musical cien por cien’, ‘Una tarde redonda’ o ‘La música del ayer’, fueron tan solo algunos de ellos. Y su aportación a las indispensables cuñas publicitarias, también determinante.

Su hermana Amalia, a la que estaba muy unida, y que pronto daría el salto desde Radio Juventud, convirtiéndose en voz referencial del Centro Emisor del Sureste de Radio Nacional de España, falleció en 2018, a los 88 años. A pesar de ser más joven, Carmen siempre la consideró su ‘alter ego’ profesional, por lo que esa marcha supuso para ella un antes y un después, marcando el devenir para el resto de sus días.

En 2015, con motivo del 50 aniversario de la implantación de RNE en la Comunidad de Murcia, tuve ocasión de visitar a las hermanas Romero en su domicilio y grabar con un equipo de TVE algunos testimonios personales. Aquella visita, que el reportero gráfico Antonio García Torres y yo preveíamos breve por la avanzada edad de las entrevistadas, se prolongó durante más de dos horas, recordando la radio de entonces, así como personajes y anécdotas acaecidas durante varias décadas de ejercicio.

Carmen Romero Peralta será despedida por familiares y amigos este domingo, a las 10.45 horas, en la capilla del tanatorio de Jesús en Espinardo. Y descansará, para siempre, en el cementerio municipal de Nuestro Padre Jesús, en Murcia.

Una tarde con la Calaf

Llegó la otra tarde la Calaf al Centro Municipal de Santiago y Zaraiche, en Murcia, para ponerse delante de un salón de actos repleto, sobre todo de mujeres, y hablar de su experiencia a lo largo de más de 40 años de profesión en el mundo del periodismo. La saludé en la misma puerta, junto a la organizadora del acto, la también periodista Lola Gracia, que la esperaba nerviosa, e inmediatamente ella me preguntó si grabaríamos ya la entrevista que ambos íbamos a mantener. “Creo que primero deberías intervenir, ya que la gente te está esperando con impaciencia”, le dije. Y así lo hizo. Hora y media de conversación con la moderadora, relatando lo vivido en sus siete corresponsalías distribuidas por el mundo (Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Roma, Viena, Hong Kong y Pekín), así como de sus innumerables viajes que le han llevado a conocer hasta 184 países. Impresionante trotamundos. 

Rosa María Calaf, que empezó en 1970 en TVE-Cataluña (“No había baño de mujeres en la redacción. Un compañero valoró mi primera crónica ensalzando cómo iba vestida”), lo hizo rompiendo esquemas, preguntando a la gente por la calle, con minifaldas que se compró en Londres y gafas de sol de lo más llamativas, tiene casi 79 años y no para un minuto. “Siento la obligación de devolverle a la gente todo lo que me ha dado”, me dijo en un aparte. Esa gente que la reconoce por la calle, la saluda y le confiesa agradecida que la ha seguido en sus crónicas y reportajes a lo largo de todos estos años en televisión.

La Calaf, leyenda viva del reporterismo en este país, ha admirado desde siempre a la Fallaci, con una salvedad: que ella tiene mejor temperamento que la italiana. “La persona con la que soy más dura, menos indulgente y más implacable es conmigo misma”, reconoció una vez la autora de Entrevista con la historia. En contraste, la catalana cae bien a todo el mundo por su forma de ser y de comportarse. “Los periodistas no somos más que eso. No entiendo el divismo”, me confesó en otro instante. Y me encantó que mencionara, como ejemplo de buen profesional, al murciano Joaquín Soler Serrano en un momento dado.

Tras su charla al auditorio, nos encerramos en un despacho donde grabamos una entrevista de veinte minutos para RTVE en Murcia. Al salir, un nutrido grupo de estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Murcia, encabezados por su profesora, Carmen Castelo, la esperaban para someterla a más preguntas con sus cámaras de vídeo. No rehusó ninguna. Siempre dispuesta y con su mejor cara.

Rosa María Calaf no solo es una de las mejores periodistas audiovisuales que ha dado nuestro país. Es, ante todo, un ser humano excepcional capaz de estar hablando del periodismo y de la vida durante horas y horas, tan solo con una botella de agua cerca, más un café y algo de fruta. “Cuando abro una botella de agua, nunca tiro lo que sobra. Me la llevo para beberla después. He visto la escasez de este líquido en algunas partes del mundo y eso nunca se olvida”, reveló.

La Calaf encandiló esta semana a cuantos nos acercamos a ella. Le pregunté cómo hace para que la quieran tanto los propios compañeros del oficio -en una profesión donde los egos y las hogueras de las vanidades suelen estar a flor de piel-, tal y como quedó patente en el Imprescindibles que el pasado mes se emitió en La 2: “Agradezco que este documental me lo hayan hecho en vida, porque estas cosas suelen hacerse cuando te mueres. Y creo que le debo todo a mis padres y a cómo me educaron”, me dejó claro al final de nuestra charla. Pues amén, señora Calaf. Y a sus pies, con suma admiración.

[eldiario.es.Murcia 16-3-2024]

Diego Pedro López Acosta, un maestro del oficio radiofónico

Este mes de marzo, en vísperas de la primavera, está resultando devastador en lo que a despedidas de amigos se refiere. Desde que llegué a la radio, a comienzos de la década de los ochenta, Diego Pedro López Acosta, fallecido este pasado martes a los 88 años, fue una de las personas que más me enseñó en el oficio. Periodista y técnico de radiodifusión, se había iniciado con apenas 17 años, mientras acababa de cursar el Bachillerato, en aquella formidable escuela de radiofonismo que fue Radio Juventud de Murcia, instalada entonces en un edificio en las inmediaciones del Paseo del Malecón. Allí, personajes como el maestro Doroteo Benavente, el cura Juan Hernández o el periodista y abogado Antonio Crespo, lo orientaron en sus primeros pasos.

Desde ese momento, López Acosta encaminó su carrera en la dirección indicada para convertirse en un destacado guionista y ambientador musical, dirigiendo programas no solo de corte cultural y de entretenimiento, sino también de índole informativa. Cuando aparecí por primera vez por la emisora de Radiocadena Española, dirigida por el legendario Adolfo Fernández, ya en la calle Alféreces Provisionales y rebautizada luego como Isaac Albéniz, Diego Pedro era jefe de programas y su imagen en la redacción, sentado frente a la inseparable Olivetti, calada con papel cebolla y los correspondientes calcos, golpeando de forma compulsiva pero armoniosa las teclas de la máquina, permanece aún hoy registrada en mi retina.

López Acosta escribiría también sendos ensayos sobre la radio, reivindicando la tarea del escritor en ese medio, trabajo que vio la luz en 1988, o analizando el papel del lenguaje y la literatura en el mismo, publicado en 1991. Pero una de sus auténticas pasiones, aparte de la radio, siempre fue el cine. Consumado experto en el Séptimo Arte, Diego Pedro era una enciclopedia viviente a la hora de conocer detalles sobre esta o aquella película o este o aquel actor, actriz o director. Había visto mucho cine y siempre sabía de lo que hablaba, como ha dejado constancia en sus innumerables artículos y críticas, así como en las sesiones de cine-fórum, conferencias o mesas redondas en las que ha participado. En su honor y en su recuerdo, escribo estas sentidas líneas escuchando de fondo More, la envolvente canción de la banda sonora que Riz Ortolani y Nino Oliviero compusieron para la película Mondo Cane.

En 1968 se adentra en el mundo del cuento y recopila una serie de estos en el volumen que tituló ‘Sala de espera’. En 1996 publicó ‘Memoria de agosto’, una suerte de relatos costumbristas centrados en la localidad marmenorense de Los Alcázares, con motivo de la vigesimoquinta edición de su Semana Internacional de la Huerta y el Mar.

Colaboró, además, durante años, en el diario La Verdad con numerosos artículos de temática variada y que fue publicando bajo el epígrafe ‘Las hojas vivas’, quizá en contraposición a ‘Les feuilles mortes’, aquella canción francesa de 1945, con letra de Jacques Prévert y música de Joseph Kosma, que popularizó el afamado actor y cantante Yves Montand. Precisamente, una obra con ese mismo título, escrita por uno de sus hijos, Diego Pedro López Nicolás, obtuvo en 2007 el XXI Premio Internacional de Cuentos Max Aub.

Se jubiló en Radio Nacional. Formó parte de una tertulia en Onda Regional, entre otros, con el pintor José María Párraga, y llegó a ser miembro del consejo de administración de la emisora autonómica. En 2018, López Acosta fue premiado con la Antena de Plata de la Asociación de Profesionales de Radio y Televisión de la Región de Murcia por su larga y dilatada trayectoria radiofónica, distinción que recibió durante un acto celebrado en el Teatro Romea de la capital y de manos del presidente de la Comunidad Autónoma, Fernando López Miras.

Una de sus frases preferidas, siendo como era un hombre de radio donde la voz se convierte en elemento consustancial, siempre fue aquella de que si alguien no tiene algo interesante que decir, lo mejor es que se calle. Muchas veces, la radio actual suena a ruido, tan distinta y distante de aquella en la que algunos tuvimos la suerte de iniciarnos en el oficio con gente como él. Buen viaje, maestro. Gracias por tus enseñanzas. Seguro que nos volveremos a encontrar algún día y podré situarme, de nuevo, ante uno de tus impecables guiones.

[‘La Verdad’ de Murcia 13-3-2024]

Obituario – Jesús Pons, periodista (1962-2024)

Aquel joven Jesús Pons que entonces conocí apuntaba maneras de brillante locutor musical, allá por la década de los ochenta, cuando irrumpió en las ondas, a través de Los 40 Principales de Radio Murcia. Fue un tiempo en el que los jóvenes aún se enganchaban a ese medio como única fórmula para conocer las novedades nacionales e internacionales en el panorama discográfico. Con su voz grave y modulada, pronto se convirtió en una de las estrellas regionales del firmamento radiofónico.

Pasada aquella fiebre juvenil, Pons, que practicó la fotografía también como oficio, se embarcó en la prensa escrita, ostentando la corresponsalía de varios municipios de la Vega Media para el diario La Verdad, una responsabilidad que simultaneó con colaboraciones para la emisora autonómica Onda Regional y la agencia de noticias EFE. También dirigió Radio Vega Media y escribió en las páginas de Diario 16 y Público. 

Entrado el nuevo siglo, Jesús Pons se hizo cargo de la edición regional del periódico Estrella Digital, fundado por Pablo Sebastián en 1998, medio decano de los diarios españoles en internet. Con él tuve ocasión de colaborar durante algún tiempo a través de columnas de opinión. Más tarde, en 2003, fundaría un digital propio, bajo el epígrafe de Vegamediapress.

El maestro de periodistas César González-Ruano sostenía que la muerte podría consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir. Quizá hubo algo de eso, en los últimos años, en Jesús Pons Guillamón, quien falleció este lunes, en Murcia, a los 61 años de edad. Hoy será despedido por familiares y amigos y su cuerpo descansará en el cementerio municipal de Ricote, localidad originaria de su familia.

[‘La Verdad’ de Murcia 12-3-2024]

En medio de lo mediocre

Es probable que cuando Winston Churchill, a quien se le atribuye la frase, dijo aquello de que la democracia era el sistema político menos malo, estuviera pensando en sitios como Alguazas. Ironías anacrónicas al margen, no quiero aseverar con ello que a este pueblo de la Vega Media del Segura el sistema de partidos le haya sentado tan rematadamente mal desde que, en la Transición, se celebraron las primeras elecciones municipales en abril del 79. Pero fue en ese momento, mediatizada por el influjo de quienes manejaban sus destinos, cuando la ciudadanía optó por dividirse y, lo que es peor, provocando en el municipio una nefasta deriva que, a lo largo de todos estos años, ha repercutido indefectiblemente en su capacidad de progreso.

Por poner solo un ejemplo, quizá anecdótico pero que entraña una llamativa paradoja, en la década de los ochenta, este pueblo llegó a contar no con uno, sino con dos equipos de fútbol en primera categoría regional que, casualmente, uno vestía de rojo y el otro, de azul. No faltaba quien dijera que uno era el de los pobres y el otro, el de los ricos. Y aquello no fue una simple casualidad, porque en Alguazas ya existía eso que hemos dado en llamar polarización, antes incluso de que ese término estuviera tan en boga en el resto del país.

Pocas veces se solía ver juntos a los integrantes de las sucesivas corporaciones municipales en los diferentes actos públicos. Unos iban siempre por un lado y otros, por otro. Hasta en los eventos religiosos. Algo así como en un intento de no contaminarse los unos de los otros. Aunque de familiares directos se tratara. Esa división generó a menudo una enorme repercusión en la gestión, ya que escasas veces las fuerzas políticas locales se unieron para reivindicar algo provechoso para la localidad. Difícil de entender para cualquier observador ecuánime que se precie.

Las generaciones más recientes parecen no haber aprendido nada de las anteriores. Y por eso se erigen en dignos sucesores de aquellos vicios pretéritos, de los que tan solo han optado por copiar lo peor de su proceder. Cuanto peor, mejor, parece ser el lema permanente. Cuantos más palos se coloquen en las ruedas del carro del adversario para que este no circule, más alborozo y regocijo.

El capítulo de este miércoles, con el esperpéntico pleno de los sueldos del alcalde y su equipo de gobierno, no es tampoco novedoso. En pleno verano se buscó un ardid que los tribunales invalidaron. No se olvide que ocurrió lo mismo al comienzo de la anterior legislatura por lo que, como se diría tirando de refrán, donde las dan, las toman. En un ejercicio por intentar llevar la asfixia al que gobierna, la oposición se proclama verdugo berlanguiano. Al enemigo, ni agua. Pasó antes y vuelve a pasar ahora. Y, por lógica, el perjudicado sigue siendo el ciudadano de a pie. Lo de que empresarios y comerciantes locales pretendan pagar la nómina al primer edil ya roza el paroxismo. 

Por eso, cuando se da algún episodio como este tan reciente, uno echa la vista atrás y tira de memoria. Y colige que de aquellos polvos vienen estos lodos. A todo esto, tampoco es que, por desgracia, en el discurrir del tiempo, hayamos tenido un nivel excelso en lo que a la capacidad diligente de sus gobernantes se refiere. Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance, que dijo un sabio. Y es que hay personas que nacen mediocres, otras que logran mediocridad y otras a las que la mediocridad les cae encima. Tampoco debe ser casualidad que el nombre de Alguazas, que viene del árabe Al Waza, signifique ‘la de en medio’, situada entre dos ríos. Debió de resultar premonitorio para aquellos bereberes que entonces la poblaron.

[eldiario.es.Murcia 9-3-2024]