Un fiscal, un caso y una pistola

Este 18 de enero se han cumplido cinco años de la muerte del fiscal argentino Alberto Nisman. Netflix acaba de estrenar un documental titulado ‘El fiscal, la presidenta y el espía’, del británico Justin Webster, en el que se ahonda sobre las circunstancias que rodearon tan oscuro fallecimiento. ¿Homicidio o suicidio?; esta es la pregunta que lleva planteándose la sociedad argentina desde 2015. Nisman, de 51 años, fue hallado de madrugada, con un tiro en la cabeza, en el baño de su apartamento. Al día siguiente tenía que comparecer en el Congreso para ofrecer detalles de una investigación que dirigía sobre el origen y las responsabilidades del atentado con un coche-bomba que, en julio de 1994, costó la vida a 85 personas e hirió a unas 300 en la AMIA, un centro cívico judío ubicado en pleno Buenos Aires. Los primeros indicios de los servicios secretos argentinos apuntaron al grupo libanés Hezbolá, si bien hubo fiscales que seguidamente detectaron colaboración interna de policías corruptos y delincuentes con los terroristas chiitas.

El fiscal Nisman había concluido que la presidenta de la República, Cristina Fernández de Kirchner, encubrió a los autores intelectuales de la masacre, de procedencia iraní, suscribiendo en 2003 un memorándum con el Gobierno de ese país. La acusación incluía también a su ministro de Exteriores, Héctor Timerman. Los delitos de los que se acusaba a la mandataria argentina eran de «encubrimiento agravado, incumplimiento de deber de funcionario público y estorbo del acto funcional», incluyendo la petición del embargo sus bienes. El informe, de casi 300 páginas, incorporaba escuchas telefónicas efectuadas durante casi dos años. Con Nisman colaboró Jaime Stiuso, un oscuro personaje de los servicios secretos, al que se considera pieza clave en este entramado.

Pocos días antes de su muerte, Nisman compareció en televisión, en un programa de máxima audiencia de un canal abiertamente opositor al ejecutivo de Kirchner, donde corroboró sus acusaciones. Dijo que formularlas le causaba un tremendo dolor, pero que era para él “una obligación moral” seguir adelante. Su cuerpo fue encontrado por su madre, tumbado en el aseo de su casa, en medio de un gran charco de sangre y junto a una pistola del calibre 22. La llamada telefónica de esta a Emergencias, dando cuenta de lo ocurrido, y que se ofrece al final del cuarto capítulo, resulta sobrecogedora. Días antes, Nisman había regresado apresuradamente de unas vacaciones por Europa con sus hijas y pedido el arma a uno de sus asistentes para defenderse, aseguran, en caso de una posible agresión. El levantamiento del cadáver, y cuanto rodeó a esos primeros momentos, ya levantó sospechas. Podría hablarse de mala praxis en el procedimiento, tanto por la fiscal encargada como por los agentes judiciales que lo llevaron a cabo. En un principio se barajó la hipótesis del suicidio, para derivar luego en un posible asesinato. Finalmente, la Cámara Federal argentina confirmó, a mediados de 2018, que la muerte del fiscal Nisman fue un homicidio.

Con una ágil y documentada realización, fruto de revisar mil horas de grabaciones, y una cuidada fotografía, Justin Webster detalla en seis capítulos, de una hora cada uno, una historia que conmocionó a Argentina hace ahora un lustro, cuestionando no solo el papel de las autoridades políticas en el caso sino también el desempeñado por la Secretaría de Seguridad nacional. Sorprende que, un cuarto de siglo después de tan brutal acción, no haya ni un solo condenado por el atentado, el más grave ocurrido nunca en esa nación. A lo largo del documental sobrevuela eso que se da en llamar ‘las cloacas del Estado’, tan cenagosas como putrefactas para el común de los mortales, de las que tanto supimos y padecimos, también, en determinadas etapas vividas en nuestro propio país y de las que nadie está a salvo.

[eldiario.esMurcia 25-1-2020]

Tan capitán que parecía un rataplán

Hasta que a mediados de la década de los setenta irrumpieran en TVE los payasos de la tele, es decir, Gabi, Fofó, Miliki y Fofito, ellos eran los reyes de aquellas tardes en blanco y negro y de pan con chocolate. Aquel elenco de personajes, a cual más disparatado, hacía nuestras delicias infantiles, pegados al televisor. Sabías o intuías más bien que eran o que no eran reales, pero lo que estaba claro es que querías parecerte a ellos.

Había uno al que llamábamos Locomotoro, conductor de todo menos del codo, un tipo inclasificable que llevaba boina, tenía un lenguaje propio y que se inclinaba hacia delante, fijando los pies juntos en el suelo, mientras nosotros nos preguntábamos, en acalorado debate con los hermanos y amigos, cómo diablos conseguiría hacerlo.

Luego estaba Valentina, la sensatez personificada del grupo, con su pelo rubio, sus gafas de pasta y sus palabras siempre apropiadas para cada situación. Era educada y dulce, ante las locuras disparatadas del resto.

Esa sensatez adquiría un complemento con la figura del tío Aquiles, un anciano vestido como de tirolés, quien siempre dejaba patente aquello de que la experiencia, en la vida, como en la mili, era un grado.

No me olvido de los hermanos Malasombra, dos personajes enlutados y malencarados, capaces de llevar a cabo mil tropelías, pero que tenían la virtud de transformarse en los Buenasombra y cambiar su negrura en la vestimenta por la blancura impoluta.

Y luego, claro, estaba el Capitán Tan, que era como aquel tío viajero y aventurero que todos tuvimos alguna vez y que, tocado con su salacot y su camiseta a rayas, nos contaba historietas que siempre iniciaba con aquella frase, que nunca olvidaremos los críos de mi generación: «En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo…». Y era entonces cuando los demás lo cortaban al unísono, con una especie de «no te enrolles, Charles Boyer».

Después de casi toda una vida sin saber de él, esta semana nos llegó la noticia de la muerte del actor que representaba a aquel personaje que era tan capitán que parecían un rataplán. Se llamaba Félix Casas y tuvo sus inicios profesionales en la zarzuela, así como ejerciendo de galán de revista. Fue uno de los pioneros de TVE, en los míticos estudios del Paseo de la Habana, quien, cuando acabó su periplo como Capitán Tan, se dedicó, hasta su jubilación, a trabajar en una empresa de doblaje. Murió este miércoles, en su casa madrileña, a los 89 años, posiblemente sin ser consciente de lo que él y sus compañeros supusieron para aquellos niños que hoy acarician la sexta década de su existencia. Gracias por haberlo hecho posible.

El ‘pin parental’, el Sol y la Tierra

Contaba el otro día el escritor y mercero molinense Paco López Mengual, algo que le ocurrió cuando fue invitado a impartir una charla a los alumnos de un colegio sobre la Literatura y los viajes. Su intención era hablarle a los chavales de personajes tan fascinantes como Julio Verne, Tintín o el conde Drácula, que tanto supusieron para los críos de nuestra generación. La sorpresa para Paco consistió en que su auditorio se vio mermado por causa de un papelito. Algunos alumnos no pudieron escuchar su disertación debido a que no habían traído la autorización paternal -o maternal- para ser instruidos en una cuestión que, en principio, parecía no presentar mayores complicaciones. Con todo, confesaba Paco que por momentos se sintió «como un tipo peligroso del que hay que preservar a las criaturas». Ocurre que desde que Vox cedió sus cuatro votos para investir al actual presidente de la Comunidad Autónoma, existe una orden de la Consejería de Educación a los centros en ese sentido. Es el precio que algunos han de pagar por gobernar cuando no alcanzan la mayoría por sí mismos.

En mis tiempos escolares, las autorizaciones de ese tipo apenas se precisaban para ir de excursión o viaje de estudios. Los profesores necesitaban contar con ese papel como salvoconducto para hacerse cargo de nosotros y velar por nuestra seguridad, con una confianza plena depositada en ellos por nuestras familias. Hoy, algunos dan a entender que los maestros carecen de criterio para dilucidar sobre lo que deben o no escuchar sus alumnos, exigiendo que todo pase por el tamiz paternal, sea este más o menos abierto de miras o formado culturalmente. Poner en duda la capacidad del profesorado me parece abracadabrante, máxime cuando de ellos depende, y está en sus manos, el conocimiento y la formación de las futuras generaciones.

Todo apunta a que en la Región de Murcia el PP y Ciudadanos, que son los que en teoría gobiernan, van a aceptar la propuesta -más bien imposición- de Vox para instaurar como obligatorio eso que se da en llamar el ‘pin parental’. Vox argumenta que lo hace para evitar que los chicos y chicas «sean adoctrinados» en materia LGTBI y violencia de género, pero ya se comprobará que la cosa no se va a limitar tan solo a esa cuestión. Ello, a pesar de que en la formación naranja haya destacados militantes que discrepan abiertamente de esa medida. Pero es igual: de lo que se trata es de sacar adelante los Presupuestos regionales para 2020 y, digámoslo claro, algunos, con tal de que estos salven el trámite parlamentario, para lo que son necesarios e imprescindibles los votos de los cuatro diputados de Vox, serían capaces de aceptar que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra. Y ya se verá que lo de acabar con las subvenciones a empresarios, sindicatos y cooperativas, algo que también exige Vox, quedará atenuado de una u otra forma. Todo a su tiempo.

[eldiario.esMurcia 16-1-2020]

El rugido de León

La pretendida reivindicación efectuada días atrás desde el Ayuntamiento de León para que esa parte de España, junto a otras dos provincias, se constituya en la decimoctava comunidad autónoma del Estado, ha generado notable polémica y controversia, siendo tildada esta iniciativa, incluso por algunos, de separatista e intentando asimilarla, algo que resulta más que asombroso, al proceso secesionista que se vive desde hace tiempo en Cataluña. Nada más lejos de la realidad al referirnos a una tierra profundamente española donde, si acaso, de lo que se quejan con amargura quienes reivindican, para ellos, tan fundada petición, es del remarcado centralismo que vienen soportando durante varias décadas por parte de Valladolid, capital donde reside el ejecutivo de la Junta de Castilla y León; en concreto, en el Colegio de la Asunción.

Cabe recordar que en 1978, cuando se elaboró la vigente Constitución y se planteaba la existencia de comunidades autónomas, a algunas se las llegó a denominar ‘nacionalidades’ en función de su pasado histórico. Pues bien, puestos a bucear en los anales de la Historia, pocas regiones cuentan con una antigüedad como la del reino de León, cuyo origen se remonta al siglo X. El de León fue un reino medieval independiente, fundado en el año 910, cuando los príncipes cristianos del reino de Asturias trasladaron su capital desde Oviedo a la ciudad de León. Tuvo un papel, por tanto, de protagonismo fundamental en la Reconquista y en la posterior formación de los sucesivos reinos cristianos. Cierto es que Portugal se separó de él para convertirse en reino independiente en 1139 y que León se unió al de Castilla en 1230. Pero desde 1296 a 1301, el reino de León volvió a ser independiente y después de una nueva unión permaneció como parte consustancial de la Corona de Castilla hasta 1833. 

Ese año, con la división administrativa y territorial de Javier de Burgos, el reino de León fue considerado una de las regiones españolas, dividida en tres provincias: León, Zamora y Salamanca, las mismas sobre las que ahora se reivindica la desagregación. En 1983, las tres se incluyeron, junto con las seis provincias de Castilla la Vieja, en la naciente comunidad autónoma de Castilla y León. Y así, hasta hoy.

Una parte del antiguo reino de León lo integran hoy esas tres provincias así como los territorios de las vecinas comunidades de Extremadura, Galicia y Asturias. Sus originarios concejos, nacidos a mediados del siglo X, dieron lugar a la creación de las Cortes, constituidas en León en 1188, una institución que la UNESCO, en función de sus peculiaridades registradas ya en el medievo, declaró en 2013 como referente inicial del sistema parlamentario europeo.

De modo que hablar alegremente del trasfondo de esta antigua reivindicación de los leoneses es desconocer profundamente la historia de una región cuyos méritos históricos, a modo de simples pinceladas, quedan esbozados para constancia pública ante la insensatez expresiva que tanto impera en estos tiempos convulsos -y, a la vez, tan confusos- que vivimos en este viejo país llamado España. Y un proceso que, con matices, se asemeja al sentimiento que tienen, por ejemplo, muchos cartageneros respecto a Murcia reivindicando la provincialidad; una aspiración quizá discutible, pero sin duda respetable. Porque León, Zamora, Salamanca o Cartagena, como Teruel -ahora parece que más que nunca-, también existen.

[‘La Verdad’ de Murcia. 14-1-2020]

El trasfondo de la cuestión

Es en ‘Senderos de gloria’, el antológico alegato antibelicista de Stanley Kubrick, donde el coronel Dax espeta a su general esa frase lapidaria de que el patriotismo es siempre el último refugio de los canallas. Cuesta creer que a la derecha española le mueva tan solo el sentimiento patrio frente a la investidura a perpetrar este martes en el Congreso por parte de la izquierda y sus aliados. No hay que ser una eminencia para deducir el trasfondo de lo que se cuece. Basta con repasar el programa conjunto del futuro Gobierno del PSOE y UP para deducir a quien no le gusta el condimento y por el que serían capaces de remover Roma con Santiago. En especial, los apartados laborales y fiscales, amén de otros no menos peliagudos para el poder establecido. Quizá así se entienda mejor cómo una diputada isleña, de familia bien de toda la vida, decide voltear el mandato de su partido o cómo un parlamentario neófito, procedente de un desierto demográfico, recibe toda clase de improperios y presiones por apoyar al candidato Sánchez.

Valga como botón de muestra el anuncio de la autodenominada ‘coalición progresista’ de derogar progresivamente la reforma laboral, aprobada en su día por el Gobierno del PP, y que tanto gustó y gusta a la ‘flexibilizadora’ patronal española. O la intención de incrementar los impuestos a las rentas más altas y no a los que ingresan menos; en dos puntos para las de más de 130.000 euros anuales y en cuatro para las que superen los 300.000, así como un tipo mínimo del 15% en el impuesto de sociedades, que asciende al 18% para la banca y las empresas energéticas, dos puntales que, como se sabe, aquí también mandan lo suyo.

Históricamente, cuando los más pudientes han visto peligrar su estatus es cuando se han envuelto en la enseña rojigualda y lanzado consignas del tipo ‘la España de los balcones’. Lo triste es que una parte de la España que madruga, a la que también suelen apelar con entusiasmo, no dudo que embutida esta en su buena fe, trague con eso, los secunde y los jalee, cayendo en la trampa de que todo es por la noble causa de evitar que los rojos y los chavistas bolivarianos rompan España a través de sus pactos execrables con ‘indepes’ y terroristas. No, señores, aquí no es tanto salvar a la patria como salvarnos a nosotros mismos. A esos, a los de siempre, a los que brindan en Nochevieja y fiestas de guardar con champán afrancesado Veuve Clicquot y no con sidra El Gaitero que, famosa en el mundo entero, nació donde comenzó la Reconquista, a la que tanto suelen apelar hoy algunos en sus encendidas soflamas patrióticas.