Y dos huevos duros

En noviembre de 2021 escribí un artículo aquí, en elDiario.es, en el que me ocupaba de cierto incidente que tuvo con un político en las redes sociales la por entonces responsable de informativos de Onda Cero en Murcia, Rosa Roda, en el ejercicio de su labor profesional. Han pasado casi dos años y a esta comunicadora le acaban de anunciar que cesa en el desempeño de su trabajo en la empresa a la que ha dedicado 33 años de su vida laboral. Visto lo visto, era de esperar, teniendo en cuenta que le tenían tomada la matrícula desde hace tiempo. Esta defenestración no solo ha contentado a los que se sitúan en uno de los márgenes de la política; también hay gente al otro lado del río a la que la marcha de Rosa le ha producido un ansiado regocijo y, sin duda, una evidente disminución de sus dolores de cabeza.

Cuando esta semana la ya extrabajadora de Onda Cero colgó un tuit en X -cuenta personal que ilustra simbólicamente con dos huevos de gallina marrón- en el que daba cuenta de lo ocurrido, repasé los comentarios del mismo. Más de dos centenares largos. En ellos encontré alguna que otra sorpresa. Por ejemplo, el fair play del portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Murcia, Luis Gestoso, quien, con clara dosis de ironía, se preguntaba con quién se iba a pelear ahora, al tiempo que deseaba mucha suerte a la informadora. También otros políticos socialistas tenían palabras de reconocimiento para Rosa, con alguna que otra notoria excepción motivada, sin lugar a dudas, por el mal encaje de las críticas por ella vertidas. Cierto que pocos fueron los próximos al PP -por no decir casi ninguno- y no digamos los compañeros de profesión, que los hubo, naturalmente, destacando los mensajes de un elevado número de periodistas de la radio autonómica regional, ese rincón donde aún se respira, por momentos, un agradable aire de libertad y no excesivo alineamiento con el poder fáctico.

Llegados a este punto, reitero lo que escribí hace dos años en este mismo medio, ese que desde 2017 me permite hacerlo con un elevado sentido del respeto a la libertad de expresión, algo que agradezco con puntual fidelidad. Dije y digo que las presiones no solo se ejercen de cara a los medios privados desde el poder a través de consignas políticas o colocando opinadores afectos a la causa en sus espacios de debate, sino también a costa de recortar la publicidad institucional, parte consustancial de la cartera comercial de cualquier periódico o emisora de radio.

Habrá que volver a insistir en que al periodismo regional se le estaría asestando una puñalada trapera de dimensiones muy bien calculadas desde determinadas terminales y despachos del poder. A los ojos del resto de profesionales, queda meridianamente diáfano lo que le puede pasar al que se desmadre y se salga del guion preestablecido. Y ello, con la aquiescencia de los propios medios afectados, de las instituciones y organismos públicos, de las asociaciones profesionales que deberían velar por la defensa de los periodistas y de la sociedad en general, anestesiada con el pan y circo al que la tienen acostumbrada desde hace ya demasiado tiempo. Y está muy bien que todos nos pongamos muy dignos y hablemos mucho de las fake news, de la desinformación que conllevan y de los bots, por ejemplo. Pero procuremos, además, pisar firme y que los árboles nunca nos impidan ver el bosque. Lo expresé en noviembre de 2021 y me reafirmo casi dos años después, cuando a Rosa Roda, con sus virtudes y sus defectos, sus filias y sus fobias, por fin, han conseguido quitársela de enmedio. Ojalá que encuentre pronto una nueva tribuna desde la que expresarse con la claridad y valentía con que lo ha hecho hasta ahora.

[eldiario.esMurcia 27-10-2023]

La eterna novia de Cazale

Para muchos observadores no pasó desapercibido un detalle durante la presencia de la actriz Meryl Streep en la entrega de los Premios Princesa de Asturias, en Oviedo: la ausencia de su marido. La protagonista de ‘La decisión de Sophie’ llegó al Principado acompañada de su hermano para recoger la distinción, en el apartado de las Artes, que el jurado le había otorgado por su dilatada y exitosa trayectoria profesional.

Una publicación norteamericana, especializada en lo que antes se daba en llamar ecos de sociedad, reveló el motivo de la ausencia de Don Gummer en los actos celebrados en Asturias: ambos llevaban seis años separados. La discreción, siempre presente en la vida de la pareja, también fue la protagonista en este caso. 

Los inicios sentimentales de Meryl Streep estuvieron marcados por lo trágico de su desenlace. Conoció en 1976 al actor John Cazale, catorce años mayor que ella, durante la representación en Central Park de una obra de Shakespeare en la que los dos intervinieron. Se enamoraron y se fueron a vivir juntos al apartamento de él en Nueva York. Algún tiempo después, a Cazale le detectaron un cáncer de pulmón. Ambos rodaban ‘El cazador’, la icónica película de tan singular director como fue Michael Cimino. La productora cuestionó el concurso del actor, debido a su delicado estado de salud. En un gesto que ella nunca olvidará, Robert De Niro, protagonista de la cinta, corrió con los gastos que suponían asegurar a Cazale para que pudiera seguir en el proyecto. Con todo, rodó sus escenas al principio, para evitar que el agravamiento de la enfermedad se lo impidiese. Otro amigo íntimo de la pareja, Al Pacino, lo solía acompañar a las sesiones de tratamiento. A su compañero de rodaje en la obra maestra de Coppola, ‘El Padrino’, Cazale le había confesado años atrás: “¿Sabes? He conocido a la mejor actriz de la historia. Trabajo con ella en el teatro”

Meryl permaneció fiel, junto a su pareja, hasta el último día, hasta su último aliento. Cuenta el biógrafo de ella cómo fue aquel final, cuando John la contempló desde su cama del hospital, por última vez, y le susurró: “Está bien, Meryl. Todo está bien”. John Cazale murió a mediados de marzo de 1978. No pudo ver, por tanto, el estreno de la que sería su última película. Solo participó en cinco largometrajes a lo largo de su vida. Y tres de ellos obtuvieron el Oscar. En ninguno fue el protagonista principal. Desde entonces ha sido considerado como el mejor secundario de la historia del cine. Con Al Pacino también rodó ‘Tarde de perros’, de Sidney Lumet. “Era diferente al resto”, dijo de él al recordarlo en un documental.

Algún tiempo después de su muerte, Meryl Streep conoció al escultor Don Gummer, un amigo de su hermano. A él se agarró para aliviar el dolor de la pérdida de un ser humano que la fascinó por completo. Se casaron y tuvieron cuatro hijos. Han vivido juntos durante más de cuatro décadas, pasando por ser uno de los matrimonios más consolidados de Hollywood. Ahora hemos sabido que eso fue hasta hace seis años, demostrando, como sostiene Héctor Abad Faciolince, que el amor no suele ser para siempre sino algo precario, incierto y casi con fecha de caducidad como el yogur o la mermelada. 

La breve historia de Meryl Streep con Cazale marcó su personalidad a lo largo de todos estos años y moldeó su carácter. Admiraba de él su singularidad, su humanidad y también la curiosidad que despertaba en los demás. Trabajadora incansable, luchadora, defensora de los derechos de la mujer, con tres Oscar en su poder pero nominada en más de una veintena de ocasiones, la actriz se alejó desde un primer momento de los estereotipos al uso en el almibarado mundo del celuloide hollywoodiense. No era de una belleza incontestable pero su rostro contenía un encanto que encandilaba. Tuvo reveses en su carrera, como cuando Dino de Laurentiis la rechazó para protagonizar una versión de ‘King Kong’, mediada la década de los setenta, por ser “demasiado fea”. El productor eligió entonces a una explosiva Jessica Lange. Su romance con Cazale se resume en una frase de Neruda, casi profética en su caso. Tan corto el amor y tan largo el olvido. Quién sabe si él, allá donde esté, esbozó una sonrisa socarrona cuando el otro día ella recogió el galardón en Oviedo y volvió a repetir aquello que le dijo, a modo de epitafio, desde su cama del Memorial Sloan Kettering: “Está bien, Meryl. Todo está bien”

[‘La Verdad’ de Murcia 24-10-2023]

Un concejal de Cuenca en Madrid

Hay políticos por los que nadie daría un euro al inicio de su carrera. Son individuos que parecen predestinados al abismo. Sin ir más lejos, Adolfo Suárez. Cuando el rey Juan Carlos lo designó en 1976 presidente del Gobierno, el historiador Ricardo de la Cierva publicó en el incipiente diario El País un demoledor artículo que tituló: Qué error, qué inmenso error. Con el paso del tiempo, el de Cebreros copilotaría la Transición y De la Cierva llegaría a ser, con Suárez en La Moncloa, ministro de Cultura. Qué curioso y paradójico.

Salvando las distancias, también en esta Región hemos conocido algún caso similar. Cuando hace unos pocos años alguien designó sucesor a un joven fontanero de su partido, muchos, arracimados incluso en la vieja guardia, le auguraron un tránsito breve en la cúpula de la formación. Cierto que la intención primera era la de guardar provisionalmente el sillón al que, se suponía, regresaría al mismo limpio de polvo y paja de sus compromisos judiciales. Ocurre que ese intrincado galimatías de los vericuetos en los juzgados se complicó en demasía. Y que la provisionalidad se transformó en algo que más bien parece definitivo. Hasta el punto de que aquel pupilo ha podido llegar a convertirse en eso de se da en llamar un barón del partido, con la capacidad suficiente para adaptarse a los cambios en la dirección del viento, capaz de mimetizarse con el paisanaje que arriba a la máxima planta, como si de un avezado camaleón se tratara.

La política suele ser un ejercicio permanente de supervivencia y prueba de ello, a menudo, son casos de personajes que parecen eternizarse en la misma. Hay un eurodiputado, por ejemplo, que frecuenta diversas y variadas tertulias televisivas, ministro en otros tiempos, que permanece en el machito desde el inicio de la Transición. Y ahí sigue. Hace unos pocos años, aún se decía del ínclito Rodolfo Martín Villa que se subió a un coche oficial con apenas 18 años, como jefe nacional del SEU, y que aún no se había bajado. Todo un ejemplo de superviviente en el proceloso mundo de la política.

Por contraste, en ese mundillo de aquí y de allí también suele aparecer, de vez en cuando, el personaje que, desde el primer momento, da muestras de inoperancia. Suele ser gente que sabe estar en el sitio exacto en el momento oportuno, lo cual no le otorga garantías de éxito. Además, se suele rodear, en contra de la máxima de John F. Kennedy, de gente menos avispada que él, no vaya a ser que alguien de su entorno le vaya a hacer sombra y se le suba a la chepa. Lo suyo es la crónica de un desastre anunciado. Para más inri, suele funcionar como aquel concejal de Cuenca, cuya peripecia tan desternillante relataba el gran Chiquito de la Calzada, que un día cometió una tropelía automovilística en Madrid, lo que le llevó a enfrentarse a la Guardia Civil, y la pareja de agentes lo trasladó de inmediato a la Comisaría de Policía. “No sabe usted con quién está hablando”, le inquirió al comisario de turno. “Soy concejal en Cuenca”, le dijo muy ufano aquel jenares. “Pues sepa usted que un concejal de Cuenca en Madrid es un mojón”, le espetó el mando policial. Y el tipo, que se quedó pensativo por unos segundos, le respondió concluyente: “Y en Cuenca también”. Pues eso mismo. No sé si me explico.

[eldiario.esMurcia 22-10-2023]

Del Yak-42 a Fonda Milagros, pasando por Teatre

En mayo pasado se cumplieron 20 años de la tragedia del Yak-42, aquel avión, por llamarle algo, que se estrelló en Trebisonda (Turquía) y en el que perdieron la vida 62 militares españoles que volvían a nuestro país procedentes de Afganistán. También murieron sus 13 tripulantes. La aeronave, de fabricación rusa y tripulación ucraniana, que fue subcontratada por el ministerio de Defensa para ese traslado, más parecía una especie de “tartana” con alas, como la definió a su padre uno de los fallecidos, en conversación telefónica previa al accidente. “Rezad por nosotros”, imploró otro antes de subir al aparato. Era evidente que, a simple vista, ni era seguro ni tenía capacidad para realizar esa misión. Además, sus pilotos fueron vistos momentos antes de iniciar el vuelo consumiendo bebidas alcohólicas.  

Si negligente fue la contratación de un avión defectuoso, tanto o más lo fue la gestión posterior del accidente a la hora de repatriar desde Turquía los cuerpos de los fallecidos. Se enviaron, deprisa y corriendo, restos de cadáveres mezclados entre sí en los féretros, en otros casos incompletos, sin la documentación pertinente ni certificados de defunción. Fueron una treintena los cuerpos de militares afectados por esas circunstancias. Y es que parece que había que celebrar rápidamente un funeral de Estado, fuera como fuere.

Inmersos en un largo proceso judicial, convertido en un auténtico calvario para los familiares, tuvieron que pasar 14 años para que el ministerio de Defensa, al frente del cual se encontraba el cartagenero Federico Trillo, asumiera su responsabilidad en el accidente. Fue después de que el Consejo de Estado asegurara en un dictamen que el ministerio tenía conocimiento del riesgo que entrañaba volar en aparatos como el Yakolev. La sentencia condenó a tres mandos militares como responsables del lamentable proceso de identificación; pero uno murió por enfermedad sin entrar en la cárcel y los otros dos fueron indultados por el Gobierno de Mariano Rajoy, siendo su ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón. A Trillo, tras dejar su puesto en el Gabinete, lo enviaron de embajador a Londres, cargo del que dimitiría en 2017 tras el concluyente informe del Consejo de Estado. Antes, en 2012, el actual ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, entonces juez en la Audiencia Nacional, había archivado la causa contra la cúpula militar del ministerio al considerar “irrelevante” su responsabilidad en el accidente, culpando a los pilotos. Con todo esto, ¿alguien se imagina que, ante tal cúmulo de despropósitos, el Gobierno español hubiera anunciado que se personaba como acusación particular al comenzar el proceso del Yak-42?

El caso del incendio de las discotecas en Murcia, con el trágico resultado de 13 personas muertas, que ahora inicia su periplo en los tribunales, ha llevado al Ayuntamiento de la capital a anunciar su intención de personarse como acusación en el sumario. Ya el alcalde, José Ballesta, lo dejó entrever el mismo día de autos, cuando expresó que se iban a aclarar las circunstancias “caiga quien caiga”. Al día siguiente, en una insólita y desafortunada rueda de prensa conjunta de un concejal del PP y otro del PSOE, -nunca vista ni en plena pandemia- el primero, Antonio Navarro Corchón, actual responsable de Urbanismo, lo anunciaba. Y este viernes, la Junta de Gobierno municipal lo ratificaba. Bien es cierto que cuando Ballesta habló el domingo, 1 de octubre, la opinión pública aún no conocía el mejunje administrativo que rodeaba a los locales, sobre los que pesaba una orden de cierre desde octubre de 2022. Pero es más que probable que, al comparecer ante los medios ese mismo día por la tarde, él no lo desconociera.

La titular del juzgado de instrucción número 3 de Murcia, Ana María Martínez Blázquez, es la encargada de llevar adelante el proceso y, por tanto, la que decidirá si el Ayuntamiento puede o no personarse en la causa como acusación. Algunos abogados de familiares de los fallecidos ya han manifestado su oposición a que esto ocurra porque, dicen, “no puede ejercer la acusación quien es responsable de los hechos”. Otro letrado, a pesar de estar aún bajo secreto el sumario, apunta que el Ayuntamiento lo que deberá hacer es responder como responsable civil subsidiario con las víctimas.

Por su parte, el Fiscal Superior de la Región, José Luis Díaz Manzanera, ya ha comenzado a indagar. Su labor va a incidir en los expedientes administrativos de las discotecas siniestradas, una cuestión en la que, en principio, no iba a entrar de lleno la jueza. En las próximas semanas, el fiscal podrá llamar a declarar tanto a responsables políticos de la corporación como a funcionarios relacionados con el caso, bien en calidad de testigos o de imputados. Sus investigaciones serán aportadas al proceso. Con arreglo a su dilatada experiencia, Díaz Manzanera cree que la jueza no admitirá que el Ayuntamiento de Murcia pueda personarse como acusación particular. Esto, al menos, aliviará en parte al entorno de las familias.

La causa judicial de las 13 muertes por el incendio de las discotecas Teatre y Fonda Milagros también será larga. Todo apunta a que el fuego se originó en el primero de los locales citados. Que este se evacuó sin novedad, de acuerdo al protocolo y que, por ello, nadie resultó dañado. Caso contrario a lo que sucedió en el segundo, al que se propagaron las llamas, donde sus clientes seguían la fiesta ajenos a lo que se les avecinaba. En especial, los ocupantes de uno de los reservados en la planta superior mientras celebraban un cumpleaños. Todos los fallecidos, de origen latinoamericano, perecieron por un cúmulo de imprudencias sobre las que, ahora, la Justicia deberá indagar y luego dictar sentencia. Es de esperar que los familiares de esas víctimas corran mejor suerte que los del Yak-42, una catástrofe que se pudo evitar, como la del Teatre y la Fonda Milagros, si el despropósito y la incompetencia no hubieran imperado en los obtusos procedimientos con que a veces se manejan las administraciones públicas. 

[eldiario.esMurcia 15-10-2023]

Algo huele a podrido en Atalayas

Todo cuanto rodea al incendio de las discotecas en Murcia despide un hedor insoportable. Lo más grave, las 13 vidas cercenadas. Eso, por delante y ante todo. Y luego, lo demás. Lo que extraña es que haya tardado tanto en producirse una tragedia en aquella zona a la que llaman de ocio, en ocasiones más parecida al Far West o al Bronx. Una noche, hace como un año, recalé por allí, por cuestiones que no vienen al caso, y lo pude comprobar personalmente.

Atalayas lleva tiempo convertido en un punto conflictivo del extrarradio de la capital, con locales, en su mayoría, de dudoso cumplimiento en lo que a la normativa legal se refiere. La punta del iceberg ha sido la tragedia del Teatre y la Fonda Milagros, dos emplazamientos sobre los que aún pivotan las dudas sobre por qué permanecían abiertos si desde enero de 2022 pesaba sobre ellos un decreto municipal de cese de actividad. El recurso del empresario no prosperó y en octubre de 2022, es decir, un año antes de la tragedia, un inspector del Ayuntamiento levantó acta de que aquello tenía que clausurarse. La duda estriba en si eso se comunicó o no a la Policía Local para que procediera a precintar los dos locales, que administrativamente solo era uno, ya que no existía autorización oficial para dividir la nave original de Teatre, algo que, según parece, finalmente realizó por las bravas el propietario.

La esperpéntica rueda de prensa que este lunes ofrecieron de manera conjunta los concejales Antonio Navarro Corchón (PP) y Andrés Guerrero (PSOE), actual y anterior responsable de Urbanismo, respectivamente, desveló el despropósito que a veces impera en la burocracia de las Administraciones públicas. La sensación de seguridad y cumplimiento de la ley que se les supone a las mismas cayó por los suelos cuando un periodista preguntó a Guerrero por qué si había una orden taxativa, esta no se ejecutó, y él se encogió de hombros. El clímax del desatino llegó cuando se dejó traslucir que al Ayuntamiento no le constaba si los dos locales estaban abiertos o cerrados. Máxime cuando su Policía suele ser requerida, con excesiva asiduidad, para solventar los numerosos problemas de orden público que se generan en el entorno, sobre todo durante los intensos fines de semana. ¿Nos quieren tomar por tontos?, sugirió alguien a mi lado al escuchar esto. ¿Pero en qué manos estamos?, dijo otro.

Como en el Hamlet shakesperiano, algo huele a podrido en Atalayas. Si de verdad se quieren levantar alfombras, caiga quien caiga y cueste lo que cueste, el hedor puede ser más que desagradable, putrefacto. Un juzgado de Murcia ya ha abierto diligencias por 13 homicidios imprudentes. Aunque ya veremos. Recuerdo lo que rodeó al caso de la discoteca Flying de Zaragoza, incendiada en 1990 y en la que murieron 43 personas. Lo viví muy de cerca porque entonces ejercía el oficio desde la radio pública en la capital aragonesa. Luego de dos décadas de pleitos, el propietario se declaró insolvente. Tras ello, los familiares de las víctimas intentaron exigir responsabilidades al Ayuntamiento zaragozano y al Gobierno aragonés por dar como válidas las inspecciones reglamentarias a pesar de que el sistema eléctrico del local era deficiente, siendo la posible causa del fuego. Me impresiono todavía cuando me acuerdo de lo que contaron los bomberos: hallaron a algunos de los fallecidos sentados en los sofás, asfixiados por el monóxido de carbono en aquella ratonera del casco viejo de la ciudad, de la que no pudieron escapar. La Justicia, después de un peregrinar por lo civil, penal y contencioso-administrativo a lo largo de 20 años, no apreció pruebas suficientes, limitándose a reconocer que no funcionaron correctamente los procedimientos administrativos. Por tanto, nadie indemnizó a nadie y ninguno fue a la cárcel. Tiempo al tiempo con lo que pudiera pasar en el devenir de la tragedia del Teatre y la Fonda Milagros. Hay abogados que, con aviesas estrategias, suelen ir allanando el terreno.

[eldiario.esMurcia 3-10-2023]