Pura apariencia

Aquella insólita tradición del maduro Ned Merrill consistía en atravesar el condado vestido de bañador y nadando en las piscinas amigas. En The Swimmer, Frank Perry y Sydney Pollack supieron trasmitirnos las grandezas y miserias del ser humano, apuntalando un buen relato de John Cheever, el Chéjov de los suburbios.

Un cincuentón Burt Lancaster bordó el papel del narcisista ejecutivo publicitario que pretendía eternizar su juventud. Su vida, a la par que hueca, era pura apariencia. Como la de tantos otros Ned Merrill que pueblan los confines de la Tierra. La secuencia final de The Swimmer es arrolladora. Sin palabras, su protagonista evidencia un sórdido vacío, amparado en el certero pulso narrativo salido del genio de Pollack.