Xenofobia contra el negro en la cuna del ‘apartheid’

 

Leo que en Zimbabue la inflación es del 160.000%, que el paro ronda el 80% de la población activa y que las libertades cívicas están cercenadas desde hace casi tres décadas por un tirano llamado Robert Mugabe. En Mozambique se asegura que la inflación no es tanto el problema para un país en esos latitudes como la baja renta per cápita que soportan sus habitantes: apenas 320 dólares, es decir, 204 euros.

 

En Sudáfrica un 10% de su actual población es inmigrante, gentes que proceden fundamentalmente de esos dos países antes mencionados. Se estimaban antes de que se desatasen las revueltas en unos cinco millones. Allí llegaron huyendo de la miseria y las privaciones, dispuestos a emprender una nueva vida. Se hicieron muchos de ellos comerciantes, instalaron sus negocios y alimentaron bocas hambrientas. Desde hace unas semanas, en los guetos se ha desatado una espiral de violencia bajo la consigna de dar caza al inmigrante que ya se ha cobrado 42 muertos.

 

Si bien siempre se nos enseñó que la noticia no era que el perro mordiera al hombre y sí lo contrario, nadie se explica cómo el hombre negro, tan masacrado en otras épocas en ese país, la emprenda de manera tan furiosa contra su vecino de idéntico color. Y es que en el país del apartheid por antonomasia, paradójicamente son ahora los negros los que persiguen a los de su raza. Hasta el punto de que alguien, cercado por las turbas xenófobas colmadas de odio y venganza, llega a exclamar: “En Sudáfrica, hasta un perro tiene más derechos que yo”.