Ramón Gaya, año II

 

Ramón Gaya, el artista del que hoy se conmemora el segundo aniversario de su muerte, amaba a Velázquez con pasión y quizá en Venecia se alojaba su devoción. Las Meninas le inspiraban, así como los pinceles de Tiziano, Rembrandt o Rubens.

Pintura no es hacer: es sacrificio, es quitar, desnudar, y trazo a trazo, el alma irá acudiendo sin trabajo, dejó dicho.

 

Se estima que el pintor murciano pudo dejar un legado de más de 2.500 obras. Estrechamente unido a la sacrificada generación el 27 se codeó con Juan Ramón, García Lorca, Alberti o su entrañable Bergamín, quien le ensalzó como“testigo de tu vida, peregrina como la mía, muchos años, en destierro involuntario de España”. Tras la guerra civil, halló exilio en México, Francia e Italia y de nuevo, otra vez, de vuelta a España, anduvo a caballo entre Valencia, Murcia o Madrid.

 

Desde Italia, en 1959, escribió sobre el sentimiento de la pintura: Las llamadas artes plásticas de nuestros días han olvidado casi por completo esa vena delgada, secretamente vigorosa, del sentimiento. Hoy, todo lo que logra ser algo parece irse por el otro sendero, por el lado de la expresión, y no propiamente por el ahínco de la expresión, de la furiosa e irreprimible expresión de la vida, del drama urgente de la vida –que es lo que hicieron los grandes expresivos: Giotto, Goya, Van Gogh-, sino que todo parece irse por la expresión del arte, por la debilidad de la expresión del arte.

 

Las flores reverdecen su modesta sepultura en un cementerio, el de la ciudad a la que quiso con denuedo aun en la distancia, roto por el dolor de la intransigencia como estaba.