El cortafuegos alemán

Es muy posible que la sentencia que me soltó un amigo, la otra mañana, tras el desayuno, entrañe la auténtica verdad sobre el asunto: que en Alemania o Francia nadie quiere tratos con la ultraderecha porque allí se le ganó la guerra, mientras que en España ocurrió todo lo contrario.

Con el único lunar de lo ocurrido en el land de Turingia, en febrero de 2020, cuando se utilizaron los votos de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) para elegir presidente regional a un candidato liberal frente a otro de izquierdas, las formaciones políticas germanas han reafirmado su postura de establecer un cordón sanitario o cortafuegos de cara a los comicios legislativos de este domingo. Aquel episodio de Turingia supuso la dimisión del elegido, apenas 24 horas después de la polémica votación. Y que la supuesta heredera de Angela Merkel cayera en desgracia, como presunta responsable de aquel fiasco tan monumental. “Es imperdonable y fue un mal día para la democracia”, reconoció entonces la canciller.

Populistas, euroescépticos, contrarios a la inmigración y a la vacunación obligatoria contra la Covid, la ultraderecha alemana se asemeja en parte a la española, con la que reconoce que está en su agenda establecer contactos formales en los próximos meses. Por primera vez, tras la Segunda Guerra Mundial, la AfD entró en 2017 en el Bundestag con una fuerza inusitada, convirtiéndose en el tercer grupo parlamentario con casi un centenar de escaños. Ahora las encuestas le auguran menos representación, si bien es seguro que sus diputados se harán notar en el parlamento.

Hay una anécdota que ilustra bastante cuál es el discurso de estas formaciones. Fue cuando, hace unos días, uno de sus candidatos se sometió a una entrevista en la cadena de la televisión pública ZDF ante un chaval que le preguntaba por los elementos culturales alemanes que quieren introducir en los colegios. El candidato le respondió que ello implicaba que se enseñen, de nuevo, más canciones populares y poemas alemanes, rindiendo tributo a los poetas y pensadores autóctonos. Cuando el chico le pidió que le recitara alguno de estos poemas, el dirigente ultraderechista respondió que se lo tendría que pensar primero y que no se le ocurría ninguno en ese momento. Antológico instante que, por supuesto, se viralizó en pocas horas.

Valga este simple ejemplo para comprobar cómo se pueden desmontar muchas de las tesis de esta gente desde la simplicidad del cuestionario de un adolescente. Ese discurso populista e incendiario, que cala en determinados sectores sociales, resulta tan inconsistente que se cae por su propio peso. Es lo de la máxima goebbeliana: aquello de que una mentira repetida mil veces puede llegar a convertirse en una verdad absoluta. Algo que parece importarle bastante poco a determinados dirigentes políticos en nuestro país, sabedores de que los votos de la ultraderecha son ya, y lo seguirán siendo en el futuro, su máxima garantía para alcanzar el sillón en las instituciones.

[eldiario.esMurcia 25-9-2021]

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