Una de verbos defectivos

Cuenta Álex Grijelmo en su imprescindible El estilo del periodista cierta anécdota acontecida en las Cortes de la Segunda República Española donde una vez se sometió a debate la pena de muerte.

 

 

Relata el periodista burgalés que, durante la sesión, sus señorías gritaban enloquecidas: “¡Que se abola, que se abola!”. La expresión nos suena a rayos, gramaticalmente hablando. Otros, quizá un tanto más ilustrados, exclamaban no menos enfurecidos: “¡Que se abuela, que se abuela!”. Terció entonces  Manuel Azaña, aquel político a la sazón intelectual (cosa que resultaría harto difícil en la España de hoy en día, siglo veintiuno comenzado), para expresar: “¡Que se adolezca!”.

 

 

Explica Grijelmo que lo dicho por el que fuera presidente republicano partía de una analogía con el verbo “aborrecer”, que tanto se asemeja a “abolir”. Sin embargo, tampoco el muy admirado a derecha e izquierda Azaña dio en la diana. La solución al galimatías lingüístico lo desvela, al final, el autor de tan valioso libro, publicación que debería ser de cabecera de todos cuantos periodistas somos amantes del lenguaje castellano. Un diputado tendría que haberse encaramado a su escaño para desvelar al selecto auditorio: “¡Que sea abolida!” Tan sencillo como eso. Cosas de los verbos defectivos, aquéllos que no se conjugan en todos sus tiempos.

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