Carta desde el Paraíso

 

Como hacía sistemáticamente, dirigí mis pasos hacia la administración de lotería para sellar el boleto semanal. Una vez la Primitiva me obsequió con algo menos de trescientas mil pesetas. Entonces yo era casi feliz, andaba en la treintena y creía que me iba a comer el mundo. Luego, a poco que me descuidara, sería él el que me devoraría a mí. Por eso desde aquel tiempo conservo la esperanza en que la diosa Fortuna me toque un día con su varita tan vibrante.

Una apuesta, dos euros y camino hacia la eternidad. Esa noche soñé, como Burt Lancastercon atravesar el condado nadando de piscina en piscina hasta llegar a la nada. Pocas veces la entrada de cantidades inusuales de dinero me había reportado la extrema excitación que a otros embriaga. Sin embargo aquello ocurría porque, como en el caso del agua tónica y según rezaba el anuncio televisivo, la había probado poco. No seguí el sorteo, como casi nunca lo hago, en vivo y en directo.

Pasaron tres días hasta que, llegado a mi renovada visita semanal con la terminal informática que valida las apuestas, saltó la alarma. La regente me dijo: “¡Vaya potra!”. Y yo la entendí. Llamé a un conocido que ejerce de bancario y le pedí consejo. Me abrieron la entidad para depositar el recibo. Son las ventajas de haberme convertido en un ser alado por puro azar. Esa noche precisé un ligero sedante parea conciliar el sueño. Pensaba que si me dormía, despertaría al día siguiente y todo habría sido una pura ensoñación. Caí rendido hacia las cinco de la madrugada.

A las nueve me llamaron del banco para citarme. “A la hora que quieras”, me dijeron. Me levanté, me aseé, desayuné con la frugalidad propia de los nervios amasados en mi estómago y me fui a encontrarme con mi destino. No les digo el importe del premio por vergüenza torera y por no abrumar a nadie. Alguien me preguntó qué es lo que haría con todo eso. Y yo qué sé, me dije. Me dieron un anticipo sustancioso tras lo que me marché a una agencia de viajes. Les pedí que me gestionaran un billete para un lugar que casualmente encontré un día en la Red. Creo que el Paraíso no debe alejarse mucho de lo que yo hallé allí. Me compré una casa y decidí echar raíces. No entiendo su idioma ni ellos el mío. Vivo y me dejan vivir. Sin pasado, pero con presente y con futuro. Nada importa mi vida anterior, que cantaban desde las legiones. La felicidad, ¿existe?, me preguntaron un día. Pregúntate si eres feliz y dejarás de serlo, que decía Mill.