Piscinas de luto

 

Sara / Fleetwood Mac

En la radio, oigo a alguien decir que una persona se puede ahogar en 25 centímetros de agua. Es más: leo que un bebé lo puede hacer en tan sólo 10, en su propia bañera. Se fija entre los 1 y 4 años el período de mayor riesgo de este tipo de accidentes para los más pequeños. El ahogamiento, casi siempre, suele resultar una muerte silenciosa. Este verano, no sé si porque a lo mejor andamos un tanto más sensibilizados que de costumbre, observamos que la cifra de menores que perecen en piscinas se ha disparado en España. Eso, al menos, me parece a mí.

Las estadísticas apuntan a que más de un 85% de los ahogamientos suelen producirse en instalaciones privadas, ya sean hoteles, urbanizaciones o chalets. La presencia de un menor en una de ellas debe ponernos en alerta permanente en torno a su seguridad. El 77% de los niños ahogados fueron perdidos de vista por sus padres. Y es que un simple descuido, un desvío de nuestra atención, puede convertirse en fatal tragedia. Alrededor de una docena de niños han sido ya víctimas mortales del agua este verano. Se estima en un centenar, como media, el número de menores que pierden la vida de esta forma en cada período estival. Los expertos recomiendan vallar las piscinas y colocarles un cierre seguro frente a las sorpresivas incursiones infantiles. Y que los niños aprendan a nadar cuanto antes.

En España se calcula que tendremos casi 600.000 piscinas. La verdad es que no sé quién llevará al día esa estadística, pero también es algo que he leído recientemente. Al fin y al cabo, una buena zambullida debe constituir motivo de alegría y relajo, si se quiere incluso colorista, y nunca tragedia y luto para una familia, como es el caso de una docena de ellas en nuestro país tras lo ocurrido durante este mes que hoy se nos despide.

Un final para un héroe

¿Alguien podría imaginarse a más de 15.000 gargantas, mediado el siglo XX, bramando en el centro de Berlín a favor de Adolf Hitler? A esos mismos partidarios, exhibiendo enormes cartelones con las fotografías del Führer, de Goebbels, Himmler o Göring, 13 años después de acabar aquella locura. Prueba de que la Serbia actual no es la Alemania de la posguerra mundial fue la manifestación de ayer en Belgrado, convocada por sectores ultranacionalistas que se oponen abiertamente a la detención de su héroe, Radovan Karadzic, quien acaba de ser trasladado a La Haya para ser juzgado allí por sus horrendos crímenes contra la Humanidad.

Este martes se esperaba a cien mil personas en la capital serbia, pero apenas se congregaron 16.000. En febrero pasado sí hubo cientos de miles, coincidiendo con la independencia de Kosovo, la que consideran desgajada cuna de su patria.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Europa no había conocido atrocidades como las cometidas por el hombre que pronto se sentará ante el Tribunal Penal Internacional. Él, el general Ratko Mladic –en paradero desconocido desde hace una docena de años– y el fallecido Slobodan Milosevic, obraron la tragedia: 250.000 muertos –aunque sólo se reconocieron 100.000 oficialmente y casi dos millones de desplazados. Serbia es todo aquel territorio donde habitan serbios, era su leyenda incontestable, con lo que la limpieza étnica era consustancial para desinfectar cualquier terreno conquistado tras la cruenta batalla. En lugares tan tristemente emblemáticos como Srebrenica saben mucho de todo esto. Y por eso se congratulan, en silencio, de que un supuesto curandero haya dado con sus huesos en la mazmorra, que es lo que se merece.

El sofisma de la dieta mediterránea

Un reciente informe de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, la FAO, nos dice bien a las claras que predicar no es dar trigo. Esto es: que quienes siempre vendieron la dieta mediterránea como garantía de vida sana, no la practican. El estudio al que me refiero advierte de que esa afamada fórmula alimenticia basada en el consumo de fruta y verdura fresca está moribunda desde los últimos 45 años. Con fervientes seguidores en los cinco continentes, es aquí en Europa, en su cuna mismo, donde menos se practica. La mencionada dieta, que buscaba mantener a la gente tan delgada como saludable y longeva, se da de bruces en sus intenciones al ser los países mediterráneos unos nuevos ricos que poco menos celebran su novedoso estado consumiendo gran cantidad de calorías procedentes de la carne y de las grasas. Ello contrasta sobremanera con lo que pasaba hasta entonces: que su dieta era extremadamente pobre en proteínas animales. Como consecuencia de ello, los griegos, hoy por hoy, son los que a orillas de ese mar cálido y cercano padecen más sobrepreso, seguidos de italianos, españoles y portugueses. La culpa: la susodicha ingesta de grasas. En España mismo, hace 40 años la grasa constituía sólo el 25 por ciento de la dieta; hoy, llega al 40%. Uno concluye que somos más ricos y, quizá por ello, más caprichosos y que, por ello también, nos alimentamos peor con productos que al tiempo resultan demasiado grasos, demasiado salados o demasiado dulces. El estudio va más allá y señala otras causas concretas: el desarrollo de los supermercados, los cambios en los sistemas de distribución de alimentos, que las mujeres trabajadoras tengan menos tiempo para cocinar y la costumbre de comer con mayor frecuencia fuera de casa. Además, hacemos poco ejercicio y el sedentarismo hace mella en todos nosotros.

El presunto sofisma de la dieta mediterránea se nos viene abajo. Aquella forma de comer que tenían los habitantes de la isla de Creta, que tanto sorprendió a algunos estudiosos de la alimentación del siglo pasado, unido a los supuestos beneficios coronarios que en la zona ello suponía, parecen tener las horas contadas. Otro muro que se nos desmorona ante nuestra mirada atónita.

Soñadores en Berlín

 

Más de 45 años separan dos significativos discursos pronunciados por sendos líderes estadounidenses en un mismo marco. El 11 de junio de 1963, John Fitzgerald Kennedy reconoció a los berlineses occidentales que la libertad tenía muchas dificultades y que la democracia no era perfecta. Pero nosotros –añadió entonces JFK– no tenernos que poner un muro para mantener a nuestro pueblo, para prevenir que ellos nos dejen. Quiero decir en nombre de mis ciudadanos que viven a muchas millas de distancia en el otro lado del Atlántico, que a pesar de esta distancia de vosotros, ellos están orgullosos de lo que han hecho por vosotros, desde una distancia en la historia en los últimos 18 años.

 

El 24 de julio de 2008, Barack Obama, aspirante demócrata a la Casa Blanca, dijo en Berlín que el desafío es grande y que el camino a recorrer será largo. Pero me pongo ante vosotros para deciros –añadió el candidato afroamericano– que somos los herederos de una lucha por la libertad. Nuestra esperanza es inmensa. Con la vista puesta en el futuro, con voluntad en nuestros corazones, recordemos nuestra historia, respondamos a nuestro destino y rehagamos el mundo otra vez.

 

El espíritu de JFK planea estos días sobre Berlín. La impresionante demostración de Obama ante 200.000 almas totalmente entregadas así lo atestigua. La vieja Europa, que vuelve a estar necesitada de soñadores. Como aquél y como éste. La esperanza, en una palabra, que como dijo Aristóteles, es el sueño del hombre despierto.

 

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* Por un ojo a la virulé

Diario de un prodigio (XXXIV)

Hace unos cuatro años dejé de utilizar mi primer teléfono móvil. Como era de empresa, al cesar en mi cargo, lo entregué. Adquirí entonces uno de prepago o tarjeta, consciente de que debía controlar ése como otros muchos gastos que ya soportaba. Me vendieron uno bastante simple –como yo solicité expresamente– en una superficie comercial sevillana con cuyo número comencé a familiarizarme. Lo estuve utilizando unos tres años sin mayor incidencia. Cuando gastaba el saldo, iba a un cajero automático y lo recargaba. Tan sencillo y tan simple. Y nadie de la compañía de telefonía se acordó de mí.

Hace un año, coincidiendo con un nuevo nombramiento, me volvieron a asignar otro móvil de empresa. Como mis conocidos poseían mi número antiguo, les envié mensajes con el nuevo aunque pensé simultanear ambos durante tiempo indeterminado. Pero resultaba incómodo que para ello tuviera que utilizar dos aparatos con lo que, ahora, transcurridos más de doce meses, he optado por deshacerme del particular.

Y ahí viene el problema. Desde que Telefónica se barrunta que voy a dejar de ser cliente de prepago me está asaeteando con llamadas de su diligente Servicio de Atención al Cliente y, sobre todo, con una copiosa lluvia de mensajes sms advirtiéndome de que si no recargo pierdo el número que tenía. Ya le dije a la señorita que me llamó hace unos días que me pensaría si quería seguir manteniendo el número y que si decidía que sí, haría la correspondiente recarga; en tanto que si era que no, pues adiós, muy buenas.

A uno le gustaría que cuando precisara de determinados servicios de estas compañías para darse de baja en Internet o en la retahíla de canales de televisión que ofertan, sus operadores y administrativos fuesen tan efectivos como lo están siendo ahora para evitar mi particular tocata y fuga. Y me temo que no suele ocurrir esto ya que, por lo que me cuentan quienes han sufrido en sus carnes la desdicha de poco menos que tener que implorar ser desconectados, se padece lo indecible. Por lo que ellos me han dicho, insisto.

 

 

* El móvil de la foto no es el mío. Que conste. Tiene un precio de 1,3 millones de dólares; aseguran que está hecho a mano y adornado con oro blanco y diamantes. Para los suspicaces.